Ella logró llegar a la barra después de sortear un montón de gente que no escuchaba cuando decía: ¡permiso!, respiró profundo y se dispuso a pedir una cerveza, cuando se tropezó con él. Ella le preguntó qué hora era, él le contestó que era menos de media noche y que aún le quedaban minutos antes de que se fuera, ella lo miró con cansancio y le dijo que no era Cenicienta, que por favor le dijera la hora.

Él notó su hastío y decidió ser empático ante el mal humor de la mujer que tenía enfrente, le preguntó el porqué de su evidente fastidio, ella suavizó sus facciones y contestó con parquedad que había tenido un mal día, él pidió un par de cervezas y la invitó a brindar. ¡Salud! clamaron ambos y se regalaron sonrisas sinceras.

Ella, en efecto, había tenido un día nefasto, era domingo y su trabajo había estado muy pesado, llegó a ese bar para celebrar un cumpleaños y sus amigos llegaron tarde, debía trabajar al día siguiente y estaba muy cansada, había dicho que no iría pero al final se decantó por asistir porque no todo es trabajo y rutina, estaba harta de su soledad, protestaba por lo bajo de lo difícil que es siempre todo, pensó que una cerveza o dos no le solucionarían la vida, pero le darían otro tinte por un rato.

Él también había trabajado ese día, estaba parado en la barra junto a su soledad, pensando que después de la segunda cerveza se iría a casa a tratar de descansar. Tenía muchos días seguidos trabajando, las cosas en casa no estaban bien, todo parecía estar en un limbo incómodo y por más que los engranajes de su cabeza daban vueltas, no le veía solución al corto plazo, él también pensó que una cerveza o dos le aliviarían el flujo de pensamientos por un rato.

Al momento de brindar con esa cerveza, la segunda para ambos, conectaron sus soledades y comenzaron a hablar de espantos laborales que resultaron no ser tan espantosos, ella se despidió de sus amigos, él pagó esas dos cervezas y salieron del ruido para poderse escuchar mejor y seguir disertando del mundo y sus esquinas.

Caminaron un buen rato hablando de todo un poco, de los balcones de los edificios, de viejos amores, del clima de la ciudad, del azul profundo del Mediterráneo, de viajes, posturas políticas, infancias y comidas favoritas; hasta que él llegó a su casa y ella lo abrazó con ese agradecimiento de rescate de soledades que exclusivamente alguien también solo puede brindar, él respondió a ese abrazo con la misma intensidad y se besaron con libertad, se intercambiaron sus números de teléfono con intenciones varias, como volver a coincidir y compartir más conversas y cervezas, intimidad y felicidad.

Ella siguió su camino a casa evocando la introducción de la canción Alive de Pearl Jam en el Storyteller de VH1, en el que el vocalista de la banda, Eddie Vedder, explica que esa canción tenía un sentido lúgubre y lleno de miedo cuando la escribió y que la gente con su energía y su fuerza le cambiaron el sentido a tanta tristeza. Ese cambio de sentido había ocurrido ese día para ella.

Sí, se siguen viendo y compartiendo, disertando, discutiendo y disfrutando. Cada encuentro es un regalo y cada cerveza ocasional es un brindis por las oportunidades que no se deben dejar pasar.

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