EL PITECO

-¿Qué te sucede amigo, a qué se debe ese lloriqueo?-

Me preguntó a media voz, con tono susurrante:

-He perdido el dinero que esta tarde, me ha entregado la abuela para la compra de leche y pan y ahora no sé lo que voy a hacer-

Le dije en tono compungido, mientras le miraba el rostro sorprendido, en aquel barrio se contaban las peores cosas de aquel muchacho y el temor se adueñó de mí ser por un instante, un instante que duró lo que tarda en darse un suspiro.

-Toma, me dijo, poniendo en mi mano unos billetes, ve y compra el encargo de la abuela antes que la noche caiga en la ciudad-

Y el Piteco, como la gente lo llamaba, se perdió en esa tarde gris, confundido en las sombras que empezaban a dibujar la noche, escuché tronar el cielo, y corrí presto al mandado de la abuela que estaría impaciente esperando como siempre en el quicio de la puerta. Pasados algunos meses, la ciudad entera se convulsionaba por una terrible enfermedad, una epidemia producida por el piquete de un mosquito tenía a la mayor parte de la gente sumida en el rictus doloroso de tan temido mal, mi pobre viejita tal vez debido a su avanzada edad fue la que más resintió la enfermedad, y yo me encontraba desesperado sin saber cómo proceder.

-Sal a la calle en busca de ayuda Manuel, me dijo con gran esfuerzo reflejado en su mirada-

Y entonces lo vi, avanzando presuroso hacia mí, como un ángel que el cielo enviara para aliviar nuestra suerte desgraciada.

-otra vez llorando, no puede ser, –

Me dijo, al tiempo que metía mano en el bolsillo derecho del pantalón

-Alguien me viene siguiendo y no puedo dedicarte mucho tiempo, dime que te sucede-

Cuando terminé de contarle, me tomó de la mano, abrí la puerta de la vieja vecindad y entramos ante la sorpresa de la enferma, al verme en “tan agradable” compañía, pero no estaba en condiciones de protestar, entonces la tomó en brazos y salimos presurosos a la avenida, luego detuvo un taxi, con gran cuidado, introdujo el enfermo cuerpo y después me entregó una paca de billetes y se marchó presuroso por las calles de la aguerrida ciudad.

-Ese joven, decía, pasado el tiempo mi abuela, es un ladrón, desde niño ha sido mala cabeza, un día me arrebató mi bolsa del mandado, y en otra ocasión robó la venta de paletas de tu difunto abuelo, es un ladrón, decía-

-Es un ángel, le contesté con voz que no admitía reclamo-

-Pronto aquí, le dije al Piteco que corría desesperado por la acera, se introdujo en un santiamén y los policías pasaron de largo en rauda persecución, sin saber en que momento la presa se les había escapado-

Entonces mi abuela sirvió la cena, sin hacer preguntas ni aspavientos y pasada la media noche, salió como ladrón de la oscuridad sin voltear la vista hacia atrás.

Esa fue la última vez que tuve contacto con él, ya nunca más pude mirar su rostro apiñonado ni verlo sonreír mostrando su perfecta dentadura, sin embargo cada determinado tiempo…Bajo la rendija de la vieja puerta de madera:

-Mira abuela, (mostrando el fajo de billetes)-

-Dios lo cuide, decía, entonces tomaba su rosario y oraba pidiendo por el bienestar de nuestro protector-

Ha pasado el tiempo, muchos años ya, el dinero dejó de llegar, mi dulce anciana, al cielo se fue, del Piteco a ciencia cierta nada sé, algunos dicen que cayó muerto en un tiroteo, otros que la policía lo atrapó y se encuentra purgando condena en las Islas Marías y otros dicen que anda por ahí robando a unos y a otros haciendo el bien, sigo rentando la casita por si algún día presuroso retornara.

-Dios te cuide donde quiera que estés-

Tomo entonces mi maletín de médico recién egresado, voy camino hacia el hospital y suspiro recordando… ¡La nobleza del Piteco!

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