Laura había bajado del autobús hacia solo 5 minutos cuando noto su presencia. La extraña criatura que la acosaba aún seguía allí, justo detrás de ella; queriéndola quizás conocer su rutina diaria o, tal vez, revelar sus más íntimos secretos. Había descartado la idea del rostro conocido, pues sabía con gran astucia que alguien de su “clase” jamás había entrado en su vida ni siquiera como una obra de caridad.

Parecía ridículo pensar que alguien tan ajeno pudiera crear tanto terror en aquellos momentos de su vida; creía que había pasado la tormenta. Se aferraba ahora a un crucifijo y una oración cristiana. Miraba con desesperación una forma de salir de aquella situación, convencida en un rescate fortuito por parte de un compañero de trabajo o una melosa conversación con el vendedor de productos foráneos cerca del banco en la esquina opuesta a donde se encontraba.

El joven parecía contemplar con placer cada ridículo movimiento que hacía. Desde un simple roce a los discos de rock en aquella tienda de música, hasta los centavos que pasaba al comerciante de cigarrillos. Laura había considerado que quizás sus pensamientos exagerados y su personalidad arisca habían acostumbrado a su mente a mantenerse bajo defensa de cualquier eventualidad. Una forma de entrenarse a sí misma para los duros desafíos de la vida y los pormenores del día a día. Si bien, supo que esto no era una gran defensa contra ese sujeto; alzó con valentía la mirada para observar su postura y en ese instante, este le devolvía una sonrisa pícara que, de ser apuesto, había aceptado la proposición sin incurrir a la duda. Una propuesta indecente para unas circunstancias bastante radicales y sugerentes.

Tenía la cruda intención de llegar a su casa, aunque declinó de la idea cuando terminaba de salir de Chops’s Cruiser. Sucumbía ante el hecho de que pudiera conocer a detalle quién era y que la persecución actual fuera solo una forma de dar el siguiente paso al plan de secuestro en el momento más inesperado. Recordó aquel viejo edificio que había visitado para ver a su antigua amiga del colegio, esperaba que no se hubiera mudado para entonces. Era lo más cercano que conocía desde su trabajo. Sería eterno el trayecto hasta llegar al umbral de la puerta que daba a la recepción; era su mejor opción hasta esos momentos.

Cruzó en medio de la muchedumbre de la 5ta avenida y terminó dentro de la singular callejuela de la 65th. A esas horas de la tarde, la sensación de soledad mezclada con la arboleda daba la sensación de caer en la gran intimidad de las fauces del lobo. Cada paso que daba albergaba un sonoro replique a unos cuantos metros por detrás, sabía que no podría escapar de aquel personaje sin que su propia existencia quedará comprometida.

Fue hasta llegar al tramo medio de la vía que su celular sonó, fue tal escándalo provocado que no tuvo tiempo sino de abrir su pequeña cartera y ver el interior de un vistazo. Quizás, hubiera sido un momento para dar la escapada definitiva, de no haber sido porque el sonido no provenía de su cartera, este procedía de unos pasos a su derecha en la dirección cercana a su persecutor.

Su corazón había dado un salto cuando se vio envuelta entre el follaje nocturno y el pavimento cruel que le recordaba el negro futuro que aguardaba. Sabía que dar vuelta para mirar de reojo era un acto bastante comprometedor y las reacciones que pudiera generar en el otro eran un recordatorio creciente de un miedo interior mucho más grande que ella misma.

Observó entre la oscurana una intersección a unos metros más adelante. La autopista principal se abría paso para encontrarse con la 65th. Pudiera hallar entre la muchedumbre un taxi sin esperar mucho de su suerte en la espera del mismo. Trato de ir más a fondo con la esperanza de aventajar unos pasos y dejarlo fuera de su zona de acción. La sombra que albergaba tras de sí crecía con ansias con dada foco automovilístico; una ridícula forma de intimidación a mi parecer.

Cruzo la calle cerca del puente a su derecha. Desconocía esa parte de la ciudad pues jamás se había dedicado a conocer los diferentes matices de su lugar de origen. Comprendía que la ignorancia puede cobrar sus deudas justo cuando menos lo esperas. Visualizo un taxi que se acercaba. No miro atrás ni por un instante. Quizás la bala final hallaría su camino en cuanto tocara la manija de esa puerta. Los segundos siguientes fueron casi horas en su mente. No la había alcanzado y había entrado con prisa ajustando bien el seguro de la puerta. Miro tras el cristal solo para observar que “El otro” había desaparecido. Sabía con exactitud lo que había vivido y como aquel había usurpado su mente durante horas. ¿Dónde estaba?

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