Noviembre de tilos…

Noviembre de tilos…

Cecilia Carpi

16/12/2018

Me encanta la ciudad en este tiempo. Es cálida y apacible. La temperatura te llama a caminar sus calles sintiendo el aire fresco en la cara, ese mismo aire que en estos tiempos se impregna del aroma de los tilos de la plaza central.

Me provoca tanto placer recorrer las mismas postales rutinarias desde mi adolescencia estudiantil hasta hoy, poblada de tilos. Primero son los capullos que luego estallan en pequeñas flores blancas inundando todo el ambiente de una fragancia que te baña el alma.

Los árboles frondosos no mezquinan sombra para los caminantes que realizan su rutina gimnástica o que simplemente necesitan de un descanso en los bancos de la plaza.

Misma panadería, mismo cine, mismo café. Mismo lugar para ir a almorzar… Los rostros de las personas son familiares, conocidos por nombres y apellidos. Mismos colegios. Egresados que se van años tras año con ruidosas despedidas y plenas de papelitos de colores…Todo muy simple, todo muy cotidiano.

Rutinas pueblerinas, no más de 15.000 habitantes.

Todo sucede en noviembre, es el mes que más espero, por el perfume de tilos…y por la magia que se produce año tras año.

Esta ciudad, según los archivos, es de capricornio, del 8 de enero. Parida un día de sol que partía la tierra y secaba la garganta.

Por eso le van tan bien los días desde la primavera, después se adormece, hasta que de nuevo llegan los tilos, las heladerías abiertas, las veredas de los bares ocupadas por mesas y fundamentalmente regresan los estudiantes que están afuera, los que han optado por seguir una carrera universitaria que aquí no tenemos.

Ellos son como las golondrinas, con los soles del verano regresan y se quedan, hasta los primeros fríos. Rutinas pueblerinas, no apto para los adictos a las urbes cosmopolitas…

Así es mi ciudad y sus calles, con gentes hablando con los vecinos de las dolencias y alegrías diarias…si llegan los hijos, los nietos o si los tomates están creciendo como el año anterior…Vecinos en las veredas desde el mes de los tilos hasta que el sol se empeña en acortar los días…

Postales que se visten de emociones saludables; pero hay otras…las del dolor…las imágenes que han invadido las mismas calles, con los hijos de los mismos vecinos.

Los hijos que hemos parido todas…

Sin embargo y a pesar de nuestra voluntad arraigada en la solidaridad, el chismerío, infidelidades, la vuelta del perro y demás; nuestras calles se han vuelto un poco grises…

Del fenómeno globalizante no podemos escapar, no podemos huir. Nos alcanza como a todos y la crisis económica no nos suelta la mano.

Quedamos unidos por misteriosos hilos invisibles que realizan un entramado tan sólido como doloroso.

La rutinaria tranquilidad se ve sobresaltada y amenazada por otros colores, sonidos y vivencias.

Nuestras calles comienzan a vestirse de los oscuros colores del delito, de los chicos de la droga y la marginalidad. La droga que se impone, que cala en nuestros jóvenes y por más que sabemos no alcanzan los recursos que se destinan…o se mira para el otro lado…

Los chicos que salen a pedir, a barrer las veredas por monedas o un poco de pan…los que desertan de sus clases…los conocemos todos y duele profundamente…

La muerte acecha y somos un poco ingenuos. Las “previas” suelen ser peligrosas…

Nuestros mayores son engañados por llamados telefónicos y luego violentados.

Es la misma ciudad, somos la misma gente, que lentamente vamos cerrando nuestras puertas y ventanas con rejas, vamos dejando las veredas más temprano y perdiendo la capacidad de asombro…

Nuestras serenas calles no han sido el purgatorio pero se niegan a ser el verdadero infierno…

Que resista a este embate nocivo, el tiempo de los chicos pedaleando felices, jugando con globitos de agua en los carnavales y saliendo en patotas a los cumple de “quince”.

Si nuestra voluntad de vecinos no se duerme, si nuestra idiosincracia no se aletarga, seguramente sea posible dar batalla a la inseguridad y el miedo.

Las calles seguirán siendo ávidas lenguas de parloteos alegres y el perfume de tilos de noviembre, la marca registrada de nuestra cotidianidad…

Me encanta esta ciudad y sus matices…

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