Perdido en una esquina

Perdido en una esquina

Juan Hernández

14/12/2018

Se lo juro, señor agente, soy una víctima más de este sistema inmundo y corrupto. Soy solo un joven asustado que se acostó anoche siendo un cerebrito destacado y hoy se levantó en la esquina sucia y mugrienta donde usted me encontró. Verá, estas ropas, este pelo, este cuerpo y esa pipa, no me pertenecen, nunca las he visto en mi vida. Ni siquiera sé de quién es esta cara con labios secos, ojos desorbitados, pelo sucio y mejillas llenas de tierra. Tengo miedo, sé lo que ustedes les hacen a las personas como yo, soy solo un ratoncito en una selva violenta y absurda. Por eso necesito que me crea: yo no soy yo.

Tampoco eso es mío, señor policía, no sé de qué habla, no recuerdo haber inhalado pegante jamás en mi vida, siempre me produjo asco. ¿Por qué? Porque la boca queda llena de grumos amarillentos, las babas caen por la barbilla sin que uno pueda controlarlas, se siente un sonido insoportable explotando en la cabeza –dicen que son neuronas muriendo–, la perspectiva se distorsiona de una manera desagradable que es casi peor que la realidad misma. Aunque para los días en que el frío tulle los huesos y el hambre empieza a doler, un bombazo no está nada mal. Usted no piense en eso, concéntrese en lo que le digo, no se distraiga con banalidades que no vienen al caso. Escúcheme, por favor, necesito volver.

Recuerdo, claro que recuerdo, señor tombo, anoche iba de la universidad a mi casa. Ya le dije que era un pelado inteligente, de verdad que lo era, bueno, lo soy, porque como sabrá, este no es más que un cuerpo al que no reconozco, un recipiente dañado por los fuertes golpes de la vida. No me deje divagar, porque nos queda poco tiempo, o por lo menos a mí, y espero que a usted también. Caminaba por la calle diecinueve a la altura de la octava, yo vivo en Chapinero pero me había quedado sin plata para el transporte, eso me pasó por quedarme tomando unas cervezas, nada de excesos. Sabrá que desde el centro de Bogotá hasta Chapinero son como cincuenta cuadras, y en cincuenta cuadras pueden pasar muchas cosas. Algunos disfrutan el trayecto pero otros se pierden en él. Tuve la mala fortuna de ser del segundo grupo.

Cuadras llenas de bazuco, prostitución, perico, marihuana, alcohol, heroína, hongos, vitraseta, pepitas de colores, popper, trips, tucibi y otros demonios que no recuerdo, señor cerdo. A mí me gustaban, de verdad que me gustaron, fue un camino muy largo entre calles y rebusque. Lo malo, es que esa vida cuesta, no solo dinero, sino otras vidas. Y yo solo era un estudiante cabecita que conocía los postulados de Kant y la pirámide de Kelsen, pero poco y nada sabía sobre el infierno y la selva de cemento. Una cosa llevó a la otra, o todo lo contrario, a cualquiera le puede pasar, créame cuando le digo que para terminar jodido solo se necesita no estarlo. Al diablo le gusta bailar y uno llega a pensar que puede hacerlo mejor que él, pero usted y yo sabemos que nadie danza mejor que el señor de las tinieblas.

La aguja colgando de una vena, la paranoia que despiertan las bichitas, la depresión luego de follar con Blanca Nieves. Me levantaba sin entender muy bien cómo ni por qué, señor aguacate, pero seguía despertando aunque ya no quisiera hacerlo nunca más. El castigo para los que osamos descender al inframundo es tener que volver a la tierra. No podemos morir, porque le pertenecemos a la calle y ella solo nos dejará ir cuando haya exprimido hasta la última gota de esperanza y felicidad. Somos su más preciado trofeo, ya no nos queda alma, porque siempre se nos va un pedacito de ella en cada calada. Piratas del asfalto, bohemios de la droga, resistencia del deber ser. ¿Me dejaría darle un abrazo a su hijo? Claro que no, porque nos temen, se aterran con aquello que no conocen, se les ha enseñado a odiarnos. Pero si yo no tengo alma ustedes tampoco, usted se la vendió a un gobierno autoritario y utilitario.

Los dos estamos jodidos, señor jodido, porque para el estado usted es el mal necesario del monstruo, y yo, por el contrario, soy el mal accidental; pero al final los dos somos un mal cancerígeno. Aunque es peor usted, porque usted decidió ser eso, yo simplemente me perdí y a nadie le interesa tirarme una soga que me impida ahogarme.

No me pegue, señor cop, esta violencia injustificada es innecesaria conmigo. Ya le dije que este tipo no soy yo, pero usted solo escucha lo que quiere escuchar. Mamá decía que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Yo soy el ciego que quiere ver y usted el vidente que no quiere hacerlo. ¿A dónde me lleva? Esta ciudad es como la Divina comedia de Dante, no basta con un solo infierno, hay que pasar por todos los malditos círculos para que estén contentos. ¿Una patrulla para mí solo? Jamás tuve tanta suerte, creo que será un gran día, ¿ustedes qué opinan?

Ábrame las puertas, señor perro, ya dimos bastantes vueltas y aunque no lo sepa, yo sufro de claustrofobia, además me da miedo que me mate como a muchos otros. Gracias por hacerme el favor, sentía que las paredes se me iban a venir encima en cualquier momento, no es una sensación muy cómoda. ¿Qué sé yo de comodidad? Hace muchos años no la siento.

¿Por qué se quita la gorra, señor Mario? No hay necesidad de hacerlo, pero déjeme decirle que es usted muy bien parecido. Los ojos azules, el bigote perfectamente afeitado, el pelo negro peinado de manera delicada, la nariz respingada, los labios delgados, el cuello largo.

No llores, por favor… papá.

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