El auto avanzó con el semáforo en verde, su conductor seguía, hablando fuerte, la acompañante trataba de calmarlo, pero nada lo podía detener, hombre tosco, de mal carácter, mirando con asco a todo y a todos. Cambió de tercera a cuarta y otra vez la luz roja, su puño derecho golpeó el volante, como si tuviera la culpa de esa demora en la avenida. De pronto sintió un frío en su mano derecha, sus dedos estaban inmóviles, la sensación de frío invadía su brazo hasta la altura del hombro, la luz se puso en verde, como pudo puso el cambio empujando el pomo de la palanca con su palma, sus dedos seguían inmóviles, y ese frío avanzaba en su cuerpo, hasta llegar al brazo izquierdo, unas gotas de sudor, brotaron de su frente, miró a su pareja.

-¡No sé qué me pasa, se me están paralizando los brazos, hacé algo!..

El auto se detuvo, la mujer prendió las balizas y llamó a emergencias, el auto quedó en medio de la avenida mientras los coches detrás se desviaban, y puteaban al conductor.

-¡Llamé a emergencias, ya vienen!- el conductor temblaba y emitía un gemido, se le había paralizado la boca, sus piernas tampoco respondían. La ambulancia llegó en minutos.


Pasaron tres meses, el conductor está en la sala de terapia intermedia con medio cuerpo paralizado, entubado con suero intravenoso, una sonda que deposita su orín en una bolsa de drenaje, no habla, solo escucha, su pareja circunstancial a quien había conocido en una fiesta lo dejó internado y se fue sin dar información de su paradero, no tiene familiares ni nadie que responda por él.

Entra a la habitación un enfermero con una bandeja.

-¡Buen día amigo!¿ Como estamos hoy? – deja la bandeja que contiene una jeringa hipodérmica-¡Vamos a poner un poco de calmante ¿si? -agrega el paracetamol al tubo que va directo a la vena -¿estamos bien o más o menos?-

El paciente lo mira sorprendido, como si conociera ese rostro de algún lado, recuerda a todas las enfermeras, a las de limpieza, a la bajita del turno noche que cada dos horas lo viene a controlar, pero nunca vió a este nuevo enfermero, de unos cuarenta años, delgado, que lo miraba con cierta ironía; la mirada del paciente indicaba que…algo no estaba bien.

-¿Qué pasa amigo, no puede hablar? parece que no, mire qué casualidad, me ocurrió lo mismo, pero usted se puso en mi camino y aquí me ve, hablando lo mas bien caminando lo mas bien y mirándolo a usted lo mas bien- Se cruzaron las miradas; el enfermero se le acercó a menos de un metro.

-Todo vuelve ¿vio? tarde pero todo en la vida, vuelve. ¿Se acuerda de mí? mire mi cara, ¿se acuerda?- el paciente mueve la cabeza de derecha a izquierda – ¡Ah! no se acuerda, bueno le vamos a refrescar la memoria- se sienta a un costado de la cama, saca un celular de su guardapolvo, y abre un vídeo.

-Este es usted, arriba de su auto, y ahora que lo veo al detalle, se parece a un galán de novela turca, erguido, soberbio, con un excesivo ego, dicho en otros términos, un piojo resucitado con plata y acompañado de una minita del tipo «touch and go», porque una persona de bien, no reacciona como usted lo hizo conmigo, pero vamos al relato¿Si?.

-Avenida Marquez y Ortiz de Zárate cuatro de la tarde, semáforo en rojo ¿Ve la patente del auto?. Yo estoy cruzando la calle con una muleta, tenia paralizado medio cuerpo, tampoco podía hablar bien y usted estacionó sobre la senda peatonal, me vio llegar a su auto, cuando le dije con señas que se corriera para atrás ¿ que me dijo? ¿tampoco se acuerda?- nuevamente el conductor gira la cabeza, no acordándose de ese momento.

– Me dijo de muy mala manera ¡Correte vos, tenes otras esquinas para cruzar rengo pelotudo!- Entonces me volví, prendí mi celular, grabé su auto su patente y a usted, después lo miré un instante esperando que algo dentro suyo lo hiciera recapacitar, por el contrario usted sonreía, no solo que no movió el auto sino que me miraba desafiante, ¿que hice yo? me acerque a la ventanilla y con mi mano toque y apreté su hombro un segundo y lo solté. Su reacción fue -¡Sacá esa mano de encima mugriento!- y arrancó su auto.

– Ese segundo fue suficiente para el intercambio, mi daño pasó a su cuerpo y su espíritu lleno de salud vino al mio; y aquí estamos, yo caminando y usted postrado de por vida ¿ sabe cuanto espere este momento? veinte años, si señor veinte, desde aquel día que andaba en moto y me paré en un semáforo sobre la senda peatonal. Cruzó una joven con muletas y con problemas para hablar; me recriminó que estaba ocupando la senda peatonal y la mande al carajo, ella se volvió me miró fijamente y tocó mi hombro; horas después, estaba en un hospital con medio cuerpo paralizado sin poder hablar así como está usted ahora; cuando salí de terapia se presentó esa misma chica vestida de enfermera y me contó esta misma historia.

Es el círculo mi amigo ahora le toco a usted, deberá esperar veinte años para que le suceda lo mismo…a la senda peatonal se la respeta.

Fin

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