Rosita de los paquetes

Rosita de los paquetes

Héctor González

07/01/2019

Siempre caminaba con un montón de bolsas en cada mano y otras tantas en la espalda; lo que nos intrigaba era el contenido de cada una de ellas, nosotros, pequeños malandrines siempre buscamos distintas formas para ver el contenido de esos paquetes.

Muchos de ellos eran hechos con papel de diario, otros con papel de las bolsas de cemento o simplemente trapos viejos que recogía.

Las más intrigantes eran las bolsas color misterio, no se veía su interior, nos hacía pensar en mágicos contenidos que nos habría gustado explorar

Rosita vagabundeaba por las calles de Rancagua, pequeña ciudad del centro de nuestro país; corrían los años 70 en el furor de la Unidad Popular, partido político que gobernaba Chile.

Aparecía ella en las filas infinitas que se hacían para comprar lo que hubiera, total había dinero, pero no qué comprar.

Su presencia, tema de conversación en las esquinas, en el colegio, en el hogar. El apellido se lo dimos por la cantidad de bolsas que cargaba.

En ese tiempo aún estaba la línea del ferrocarril que cruzaba la ciudad de oriente a poniente. Paralela corre la calle Millán y esa larga faja de tierra encerrada por una reja de esquina a esquina, daba el toque de misterio y magia, unida al silencio del lugar.

El tren subía con los trabajadores una vez a la semana (todo eso murió con la llegada del progreso).Unía la ciudad con Sewell, campamento minero ubicado en la cordillera de Los Andes a unos 2500 metros sobre el nivel del mar y a 40 kilómetros de distancia.

Pueblo que llegó a albergar 10 mil trabajadores con sus familias que laboraban en el mineral de El Teniente.

A la salida del colegio la veíamos hurgando en los tarros de basura haciendo más paquetes, tal vez, buscando comida para ella y sus compañeros de correrías.

Toda la ciudad la conocía y hablaban de ella como una mujer con algún retardo mental que dejó fijo en su mente el hecho de caminar con esa cantidad de bolsas con todo y nada en ellas.

Abre nuestra imaginación haciéndonos dibujar historias que junto con otras iban dando alimento al cominillo nuestro.

Gritábamos desde lejos “Rosita de los paquetes”… Ella, levantaba la vista nos buscaba con la mirada, recogía una varilla, un palo u otra cosa para darnos un susto y alejarnos.

Entonces corríamos hasta perderle, deseando que olvidara las cosas que habíamos dicho. Al otro día mirábamos de lejos el cruce de la línea, nos daba miedo verla aparecer…

Un par de perros eran sus más fieles amigos, siempre con ella. Uno a cada lado no se si acompañándola o cuidando sus bolsas, daba lo mismo eran mansos y solo meneaban la cola al paso nuestro.

Era tranquila y lejana, siempre en lo suyo sin hablar ni reír. ¿Inofensiva tal vez?

Cuenta la leyenda que ella venía de una familia adinerada. Por alguna razón que desconozco, cada cierto tiempo le daba por salir a la calle, recoger papeles y cosas que le parecían importantes e iba armando los paquetes que introducía en las bolsas que arrastraba por la ciudad, hasta que la familia la recogía. Se perdía por un tiempo y luego volvía a las calles.

Agregamos a la leyenda, cuando era una joven por una pena de amor cerró su mente.

En cada bolsa lleva el recuerdo del que fue su príncipe de sueños trunco.

En cada una de ellas guardaba los recuerdos que arrastraba cada día por la ciudad buscando al que la dejó botada sin amor.

Nos causaba pavor el hecho de saber que debíamos pasar por ese tramo de la vía férrea donde hacía su hogar entre los cardos, su cama de cartones, la reja rodeada de bolsas colgadas.

Ya vieja, la llevaron a un hogar de ancianos ahí entre longas tardes y somnolientas noches, el tiempo llevó su recuerdo para enterrarlo en el olvido.

Siempre quisimos ver el contenido de los paquetes de Rosita.

Nunca conseguimos hacerlo.

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