Familias enteras, grupos laicos, cristianos y políticos derechistas salieron a marchar pacíficamente frente al Capitolio en contra de la implementación de los principios de Yogyakarta como propuesta para una asamblea constituyente. Ya estaba aprobada por el Congreso y la Cámara para salir como convocatoria electoral en tres meses. Sin embargo, esta nueva protesta era una piedra en el zapato para Heidi Andersson y los grupos de izquierda que habían llegado al poder.

Las calles estaban llenas de cristos y camándulas empuñadas con pasión. Banderas y carteles con frases como “Arriba la familia y el matrimonio tradicional”, “Encárguese de su sexualidad, que de la educación de mis hijos me encargo yo”. Oraciones y coplas se escuchaban apenas yo pasaba por ahí. Los brazos arriba con palabras apostólicas en sus bocas, altoparlantes cada dos cuadras, camisas blancas con estampados religiosos y algunos otros temas llamativos.

Decidí camuflarme con una manga larga blancuzca para cubrir la noticia y en el camino me perdí entre la muchedumbre. Estaba demasiado apretado entre esa masa albugínea. Me bañé de sudor con los ríos de gente. Miré hacia abajo y veía solo hombros, el pavimento se tapaba con los cuerpos de los transeúntes. Miré hacia arriba y volaba un helicóptero en un cielo azul al que ellos llamaban ¡Dios!

Algunas canecas en esquinas ardían de fuego al echar papeles y libros como “Le Deuxième Sexe” de Simone de Beauvoir, “Histoire de la sexualité” de Michel Foucault, entre otros.

Quien convocó esta parafernalia era él, Mariano Gutierrez, creyente fundamentalista del partido conservador. Se para en un andén con su megáfono para dar el discurso que siempre le hemos escuchado: … ¡Abajo el relativismo! ¡No más totalitarismos! Luego su hijo, Andrés Gutierrez, de sólo 14 años de edad, empuñó una bandera de arcoíris en su mano derecha y en la izquierda una antorcha. Las unió e incendió la insignia más importante para su grupo opositor. Hubo una ovación total.

Heidi estaba cerca a la ventana desde el cuarto piso de su casa presidencial y había divisado sigilosamente los movimientos de Mariano y Andrés entre la multitud. Ella, como la primera presidente trans en la historia de la humanidad, se sintió ofendida con esta escena de la familia Gutierrez.

Su cara se puso roja y su manzana de Adán parecía desprenderse del agobio. Dice a unos de sus ministros con la voz descompuesta: «Jamás cambiarían de opinión y tampoco mi comunidad. Sentarse a una mesa con ellos es perder el tiempo». Así que con su mano grande y venosa toma el teléfono.

Mientras tanto, me pude escabullir de la marcha y llegué a mi destino, el piso más alto del hotel restaurante. Estaba muy cerca del Capitolio para ver aquel espectáculo. Pedí un café espresso y una botella de agua que bebí desesperadamente hasta saciarme. Luego limpié mi sudor. Después programé mi dron, salí al balcón y lo eché a volar para grabar. Entré de nuevo al restaurante, me senté y empecé a tomar lentamente mi café mientras pensaba: ¿qué pasará con este país?

Dentro de las opciones que transitaban por mi despoblada cabeza veía que la polarización en la que estábamos podría generar una guerra civil. La historia nos ha contado que esto no es bueno, menos cuando se meten con la filosofía de los devotos ¡Ajá! política, sexualidad y religión, ¡combinación..! Ellos no cambiarán jamás las escrituras por nuevos pensamientos.

Tenía casi lista mi nota periodística, cuando escuché la conversación de tres personas en la mesa de al lado. Me faltaban las voces de los grupos de izquierda, que decían sobre los manifestantes: «son unos retrógrados y homófobos». Era difícil conseguir un artículo imparcial, mis neuronas ya se estaban quemando como aquella bandera y para completar llegaron algunos progresistas a causar una revuelta. Me angustié.

En mi séptimo sorbo, con la taza casi vacía, cerré mis ojos para deleitar el sabor de aquel café y transportarme mentalmente a un paraíso tipo “El Edén”. Pero estaba lejos de serlo, instantáneamente sonó un disparo y todos corrieron. Parecía una colonia de hormigas recién pateada por un energúmeno.

Al parecer mis pensamientos se volvieron realidad y eso que no era un profeta de los de la Biblia.

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