Paraíso invadido

Paraíso invadido

Carmen GL

19/11/2018

Igor sigue la mirada de Lenin contemplando la ciudad desde el alto del valle. Al otro extremo, la barrera del glaciar Nordenskiöld se alza imperiosa. El poder político y el de la naturaleza enfrentados. Entre ambos, una amalgama de construcciones despojadas de vida, salpicadas de zonas de juego para niños. Llegó a haber tantos, que la residencia para familias pasó a llamarse la Casa de Locos. Al este, el sol se asoma tímidamente por la cresta del Pyramiden. Y ya casi llegando al mar, los despojos de la instalación minera empiezan a iluminarse. “Enhorabuena Lenin. Un paraíso soviético en el Círculo Polar Ártico. Lástima que durara tan poco”, Igor disfruta tomándole el pelo, consciente de que ese Lenin no puede defenderse. Es su pequeña revancha por las largas horas escolares glorificando su nombre. Fue en la escuela donde oyó hablar por primera vez de Pyramiden, la cuna del carbón del norte. Nunca imagino que sería su hogar. Menos aún que sería su vecino más prominente. Los otros dos están a su mando. El tímido Igor convertido en jefe. Aunque él prefiere tratarlos como iguales. La camaradería es más importante que la jerarquía en un lugar tan solitario.

Igor se recoloca el rifle en el hombro y prosigue con su paseo matutino. Quiere acercarse al antiguo teatro para probar cómo suena el piano. Anoche le avisaron de que queda muy poco para que venga la primera remesa de turistas. El hielo ha empezado a derretirse y pronto empezará el barco semanal. O quizás se quedará en quincenal. Está por ver. Tras dos meses tratando sólo con Dimitri y Alexander, va a resultar extraño hablar con otra gente. Confía en poder hacerlo. Se ha estado preparando. Y sólo serán unas horas. Luego volverá a ser dueño y señor de su silencio.

Entra en el edificio del pabellón multiusos. Dimitri ha debido dejarse la puerta abierta. Oye un ruido al final del pasillo. “Dimitri, ¿eres tú?”. Nadie le contesta. Se acerca a comprobarlo. Y entonces lo ve. Alto, majestuoso y blanco, muy blanco. La fascinación lo paraliza un segundo. Luego recuerda las instrucciones recibidas y dispara dos veces al aire. El oso huye despavorido. Igor cree reconocer el desconcierto en su gesto. Imagina que pensará que su paraíso ha vuelto a ser invadido.

Pyramiden

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