El paraíso era el lugar más acogedor del universo. No hacía ni frío ni calor. La noche no era excesivamente larga ni el sol brillaba demasiado. Llovía lo suficiente. Olía verde. Los animales vivían en paz. Pero un día llegó el hombre y encontró el paraíso de su gusto. Se quedó. Poco después empezó a hacer cambios, porque el hombre siempre está inquieto, aunque tenga de todo. Construyó carreteras para desplazarse más rápido. Levantó edificios altos como colinas donde se sentía protegido de los peligros de su imaginación. Construyó, incluso, asientos voladores con los que alcanzar a tocar la punta de las montañas, tal era su ansia de poder. Y vinieron más hombres y estos hombres llamaron a otros hombres y se gritaban los unos a los otros fascinados por tanta belleza. Trajeron sus prodigiosas máquinas modificadoras de la naturaleza: talaron árboles, excavaron la roca, prolongaron la nieve y acortaron la primavera. Lo tocaron todo. Lo rompieron todo. Orgullosos hicieron fotos y grabaron vídeos que compartieron en medios de comunicación, para que lo vieran más hombres y vinieran más hombres y más y más. Los animales se fueron retirando al centro del bosque, al fondo de sus cuevas. Buscando silencio dejaron de hablar. Los hombres los siguieron, hambrientos de diversión. Ahora en la tierra solo quedan sus huellas y el paraíso no es más que una leyenda, inmortalizada en una serie de televisión.

Ilustración: Natura de Jaime Sanjuán

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