Cierro mis ojos y apenas puedo creer que hayan pasado tanto años desde mi niñez. Tampoco puedo terminar de dar crédito al ritmo vertiginoso con el que corre hoy mi bella pero bastante despersonalizada ciudad natal. Por un momento no alcanzo a evitar que me invada la nostalgia que da paso a un sinfín de imágenes queridas que inundan mis retinas.
Parece ayer cuando en las tardes de verano, los vecinos salían a conversar y a buscar algo de aire fresco en las puertas de sus casas mientras sus niños jugaban cerca con los amigos del barrio. La brisa fresca de las tardecitas daba la oportunidad de contarse las novedades del día y al mismo tiempo, combatir la rutina diaria. En aquel entonces no había necesidad de cerrar la puerta con llave porque era impensable que alguien pudiera entrar sin pedir permiso y mucho menos, tomar algo ajeno.
Los negocios del barrio no sabían de tarjetas de crédito sino del valor de la palabra que era suficiente garantía de pago al final de cada mes. Estos negocios tampoco sabían de exclusividad de rubro de venta porque allí se podía encontrar todo lo que se necesitara para la vida diaria en un sólo lugar con facilidad.
La ciudad bajaba indefectiblemente su pulso después del almuerzo ya que el descanso que seguía a esta actividad era ineludible. Aquel era el momento cuando la naturaleza dejaba oírse a través del piar de los pájaros o el sonido de las ramas de los árboles o quizás, sólo en ocasiones aisladas, a través de algún perro callejero que ladraba con descaro en ese momento sagrado.
Aunque hoy el vértigo atraviese la ciudad en todos sus órdenes, el recuerdo de estos pequeños momentos se atesora en la memoria de quienes pudimos disfrutarlos y cuando la oportunidad lo permite, siempre buscamos recrearlos y rendirles culto con devoción. Esto ocurre, por ejemplo, cuando logramos dormir plácidamente una siesta en una tarde de domingo sin ningún tipo de culpa al desatender una tarea diaria. También cuando intentamos escuchar comprensivamente al vecino que cruzamos y desafiamos con férrea voluntad al sonido del teléfono móvil que busca revelarse por ese momento de inatención.
Más allá que todo haya cambiado de manera rápida y sin aviso, el deseo de preservar los valores compartidos y celebrar los pequeños grandes momentos permanece intacto entre muchos de los habitantes de una ciudad que pretende mantener sus tradiciones tanto en su gente como en sus rincones.
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