Sin trenes no hay paraíso

Sin trenes no hay paraíso

La sirena de una ambulancia rompe con la calma. La noche cae, brutalmente, sobre la ciudad que duerme, todo está vacío. De golpe, el sonido que anuncia la prisa del vehículo que lleva a los médicos de primeros auxilios desaparece, la soledad y el silencio se vuelven a adueñarde las calles.
A lo lejos, por la avenida López y Planes, la calle que conecta a la ciudad con la ruta de acceso, la figura de un hombre se mueve en dirección al centro. Camina sin apuros, cruza la estación de trenes, no hay nadie mas que él. Los perros callejeros duermen, sienten sus pasos, pero no le dan importancia, es uno solo y no pasará nadie mas en unas cuantas horas, mejor seguir juntando energías.
El extraño sigue caminando, a lo lejos ve las iluminadas marquesinas del centro. Están mas apagadas que la última vez, ya no iluminan tanto. «Esta ciudad se está apagando» piensa, mientras enciende un cigarrillo. La llama de encendedor es cada vez mas pequeña, necesita uno nuevo.

Busca algún kiosco que atienda las 24 horas, esos que en Argentina son muy comunes. Mira por toda la avenida, no encuentra ninguno. En una calle lateral, a unos 50 metros, un cartel, con más iluminación que el resto de la ciudad quizás, le anuncia que ahí estaba el kiosco que tanto buscaba.

En el lugar, un cartel que dice «TOQUE TIMBRE Y ESPERE» lo recibe a todo color. Al rato, aparece un joven que, abriendo una ventanilla vidriada, lo saluda casi sin ganas, todavía con los ojos dormidos y le pregunta que deseaba

El extraño le pide un encendedor, una botella de agua y también un caramelo de menta. Antes de pagar, intrigado por la situación del pueblo, tan apagado, tan… dormido, le pregunta si es normal tanta soledad en las calles. El kiosquero, lo mira, se da cuenta que aquel hombre no es de allí y le responde:

-El pueblo está en abandono, las personas se van del lugar, abandonan sus casas, sus pertenencias y salen en busca de un lugar mejor. En éste lugar ya no se puede vivir, el mundo nos abandonó en el momento que el tren dejó de funcionar. La economía del pueblo dependía de lo que el ferrocarril nos generaba, mis padres y mis abuelos prosperaron acá gracias a el. Pero ahora las personas huyen del lugar. Lo único que todavía mantiene un poco la vida del pueblo es el viejo tren de cargas, que solo recorre las ciudades cercanas y llega hasta la capital. Gracias a eso, acá todavía hay vida, solo unos pocos, los mas arraigados a nuestras raíces, los que nos resistimos a abandonar nuestra tierra natal, seguimos intentando sobrevivir.

El extraño quedó atónito, nunca pensó que una ciudad tan grande podía quedar casi vacía. Nunca imaginó que aquel paisaje casi apocalíptico y digno de cualquier película sobre el fin del mundo, pudiera ser real. Sin saber que decir, solo se retiró, quizás en busca de una ciudad mas poblada.

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