He despertado pronto hoy, tras una noche flotando sobre la superficie de un sueño quebradizo. Mecánicamente he caminado hasta colocarme frente al espejo del baño que me ha devuelto sin piedad una imagen perversa. Ahí de pie, mirándome como si nunca me hubiera conocido, me he percatado de que ya no soy el ser humano que era. Me asemejo al humo. Soy, como él, algo intangible sin identidad abarcando un determinado espacio. Insensible e indiferente, circulo a menudo sin una dirección claramente definida; contemplo escenas baladíes de gente que parece estar siempre recelando y nadie repara en mi presencia excepto cuando resulto molesto. He de confesar que mis brazos aun podrían rodear a otro cuerpo que lo necesitara, pero lo haría tan débilmente que jamás parecería un verdadero abrazo. Ya no tengo esa capacidad.
He desayunado solo por tanto, una vez más. En la televisión, como siempre a estas horas, varios periodistas opinan sobre algo que a buen seguro desconocen por completo. Es mi única compañía, como lo fue ayer y todos los días anteriores a aquel. Y aunque miro, no atiendo. Al poco rato he apagado con furia la tele, ¡qué irritantes son!.
Más tarde, luego de haber escondido mi teléfono móvil bajo la almohada – pues ha comenzado a sonar – he salido a pasear por la calle, acaso una de las más concurridas de la ciudad donde vivo. Entre la muchedumbre ensimismada creo haberme cruzado con algún conocido. No estoy seguro. En cualquier caso da igual. Entre todos conformamos una corriente de humo gigante carente de afecciones humanas. Las miradas con las que me he cruzado eran tan huecas y distraídas como la mía de hace un rato cuando miraba hacia el televisor. Como últimamente suelo hacer, para no dar sensación de cercanía, he proyectado la mía al infinito.
Luego, he esquivado al mismo pedigüeño que siempre me acecha con su lastimoso cartel implorando ayuda. Me ha parecido que alguien lo apartaba con malos modos en su camino a quién sabe dónde. Poco después he ignorado las preguntas de un turista perdido. Y ya por último, un perro abandonado que merodeaba cabizbajo sin rumbo, ha logrado conmoverme ligeramente, suponiendo claro, que aun pueda albergar tal sentimiento. Suficiente por hoy. En el itinerario de vuelta he transitado por los lugares más desolados que he sido capaz de descubrir.
De nuevo en casa, he vuelto a mirarme al espejo. Soy, si cabe, un poco más etéreo que por la mañana. No he podido evitar una sonrisa. Huí de mi hogar en el pueblo en busca de un futuro mejor, más próspero, menos solitario, igual que mucha gente de mi entorno antes que yo. Y heme aquí ahora, en el cuarto de baño de un pequeño apartamento, en un rincón de esta enorme ciudad, completamente solo, falto de empatía, irrelevante, volátil…me he apresurado a comprobar que todas las ventanas estén bien cerradas; no soy más que humo en esta casa y corro el riesgo de desaparecer si se ventila.
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