La Mancha en el centro del mapa.

La Mancha en el centro del mapa.

Kramen

04/11/2018

Nacimos en el infierno, justo fuera de los nueve círculos de Dante… lo que es el extrarradio de la capital, sin mar, tampoco demasiada agua y mucha menos sombra. Lo que sobrevive en nuestra tierra es porque como la piel los lagartos es más dura que la piedra, seres inmortales y milenarios que aguantaron tantas guerras que impregnaron la arcilla de sangre hasta volverla cobriza. Vides y olivos son nuestra foresta más extendida, tomillos, romeros y encinas proliferan colindando parcelas cual fronteras espinosas, surgiendo entre canchales de piedra apilada, sobre pedrizas en los montes.

Churras y merinas sobreviven junto a vacas lecheras quemadas bajo un sol abrasador, rumiando pajas apiladas en amuralladas alpacas de cereales de secano. El verde de juncos, álamos blancos y zarzales, sólo se resumen en serpenteantes riachuelos que durante embarazos enteros permanecen secos esperando la anhelada lluvia. El acuífero 49 que antaño rebosaba por los ojos del Guadina y las lagunas de Ruidera, embalsando su agua en las tablas de Daimiel para filtrarla después, se va recuperando de manera paulatina… mermada por la necedad avariciosa de los agricultores que pensándose más listos que sus antecesores plantaron maíz para cobrar las subvenciones. Más de diez años de sequía por uno de bonanza. Esas son las cuentas del averno donde se sabe que nadie da nada gratis sin sus temidas consecuencias.

En mitad de la Mancha cuyo nombre es Ciudad Real, aprendí que la existencia tiene un coste muy elevado. Sin opciones de trabajo o de perpetuar, el éxodo de mano de obra sucede como las mareas en las playas, lenta y de manera inexorable. Gente bondadosa y trabajadora que huyendo de las miserias del campo avanza como una marabunta inofensiva hacia las urbes para ser utilizada en el sector servicios y si tienen un título universitario quizás encontrar un puesto que se asemeje a lo que estudiaron, sin llegar a crear fortuna por los altos alquileres y nivel de vida.

Nuestras casas son castillos para que las arañas pueblen su abandono con preciosos telares de cientos de metros de hilo enmarañado. Inmuebles vacíos en las ciudades natales, que ni siquiera valen para apartamentos vacaciones, mientras que en la metrópolis el centro se vuelve turístico expulsando a los habitantes hacia las afueras como un imán invisible que te repele como si tuvieras el mismo signo, pero peor estrella. Madrid con sus lujos y sus placeres, con su insomne vida y sus frenéticas rutinas entrando y saliendo del metro, colapsando las carreteras y los centros comerciales. Alternando la rutina monótona con espectáculos que aglomeran miles de personas en sus campos de futbol repartidos por la provincia.

Los gatos viven y se enriquecen de los que en sus redes de muérdago parasitario, alquilando lo que ellos no usan por no valer nada, pero cobrándolo como si fuera todo, ostias por conseguir un lugar donde malvivir. El tiempo no para… Algún día los corderos se volverán lobos, y los que nacieron en el infierno volverán a renacer de la ceniza sangrienta.

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