En las tierras que habito, la nostalgia prevalece como el aire que respiramos. Somos el retrato eterno de lo que fuimos y aun somos, una pintura bella y de época que conserva una misma imagen, aunque su cuerpo se va deteriorando con el tiempo.
Parece bello y quizás lo sea, para algún poeta o romántico que atreviese el pueblo. Los forasteros que caminan nuestras calles empedradas y aprecian el paisaje rural, sienten que lograron viajar al pasado, y la gran mayoría de los pocos habitantes del pueblo se enorgullecen de estar detenidos en el tiempo, pero parece que no se dan cuenta que están cada vez más arrugados, que muchos ya necesitamos de cuatro ojos para ver y tres piernas para caminar y que ya no hay jóvenes corriendo por las calles. Es una ilusa ilusión la de creer que estamos exentos del tiempo. Por qué pasa lento, quizás, para nuestro pueblo, pero a nosotros nos lleva por delante.
Hoy cumplo mis 70 años, mis hijos se fueron hace ya mucho tiempo de aquí y la vida rara vez les permite visitarme. Las vías que nos conectan son poco transitadas y los aviones todavía no existen en el mil novecientos. Tengo tres hermosos nietos de siete, once y catorce años, que puedo ver cada mañana en mi mesita de luz, pero los abrazos que les pude dar hasta ahora, me sobran los dedos de las manos para contarlos. Mi mujer, mi compañera en esta vida, se fue hace ya cinco años, pero no pasa un día sin que la visite. De hecho, hoy escribo sentado en la banca del cementerio que la resguarda.
Sé que va a sonar un poco tétrico, pero en estos días es la única imagen que cambia con frecuencia. Cada vez hay más lapidas y conozco y reconozco cada nombre escrito en ellas. El pueblo nos va enterrando a todos y teme por la soledad que se la avecina.
La juventud se desencuentra en este lugar y escapa a las grandes ciudades, algunos sin saber que están dejando morir el lugar que los vio nacer y otros muy a su pesar. Entiendo que aquí las posibilidades no son virtuosas de variedad y que la vida hoy da permisos que no me corresponde entender ni atravesar, por eso no discuto lo indiscutible y me hundo en esta reflexión exhibida en este papel.
Quizás sea tiempo de reconocer que no existen ideales que sobrevivan al tiempo, las agujas giran y decapitan sin piedad, cual verdugo apasionado por su labor, devastara a quien crea desentenderse de él. Puede que solos sea cuestión de dialogar con el hoy sin olvidar el ayer.
Silencio. Los pájaros dejaron de cantar y el cielo se oscureció, es la bella calma presagiando la tormenta. No existió jamás momento más oportuno para escribir estas palabras y dejarlas dar vueltas. Espero reencontrarme con ellas a lo largo del temporal para ver quizás otro ayer desde mi próximo mañana.
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