Oigo una voz en mi cabeza, dice que es mi memoria y que hoy quiere viajar.

Desde el silencio de tu sueño y la añoranza de tu realidad. Fui tus primeras palabras, todos los versos y la primera luz del día. Soy Huesca bendita y abandonada, tierra bella y solitaria. Pero hablemos de tí y de quien te rodea, de quien no sueña lo mismo porque no tiene referencias. Quien te mira y no entiende y lo llama soledad.

Es noche cerrada en tu mente y me abro paso en los recuerdos para que puedas volver. Tu pelo ceniciento aún recuerda el bosque de encinas y su aroma, donde tus sueños se formaron. El lugar de tu primer beso, de la noche y las estrellas. De tu pelo largo y tus manos.

Corre el tiempo, ni siquiera sabes cuánto.

Han pasado los años y vuelves a tu aldea, antes fue un pueblo y mucho antes capital de provincia. Hoy ya no hay ni viejos. La naturaleza y el vacío se han cebado con tu antigua casa como la enfermedad con tu memoria. En tu cabeza resuena siempre esa jota que te emociona y aún te hace sonreír. Esa nieve en tu mente reaviva sin orden argumentos de novela. No hay nadie que escuche, y a veces crees oír “pobre vieja”.

Te apartaron de tu casa, de tu pueblo y de tu gente. Dicen que ya nadie llega, los animales murieron y acechan lobos. Tu vecina lo dejó primero, parece que los inviernos le mataron las ganas. Ahora vives en ciudad, y las ventanas no devuelven pastos, ni nieve, ni nada. Tus ojos no se sorprenden, y rara vez las estrellas acompañan esas lagrimas veladas.

Tal vez por eso dejaste de acordarte, es la pena atrapada. Olvidar tu casa, tus hijos y a Pascuala, son esos nietos que te cuidan y no conocen tu casa.

No reconoces nada, estas tan perdida como el Monte. No ves la chimenea, tampoco el bosque. Debieron morir los pájaros. Miras a tu alrededor, hay mucha gente y todos extraños. Te gustaría volver a la ermita y que las campanas taparan el ruido del tráfico. Alguien se acerca, silencio.

Debería haber hablado con las brujas del Turbón y que como ellas me quedara por siempre en mi tierra. Rodeada por los quejigales y las encinas, y como techumbre las estrellas junto al fuego. No, ya no veo las gargantas, no voy a poder asomarme a ver la senda que han dejado los jabalíes y ese pino que llevaba mi nombre no sé si aún estará. Y el murmullo del agua, de esta aldea desaparecida, fluye de nuevo en mi mente.

Abro los ojos y ya no hay más belleza, la realidad vuelve y mi enfermedad parece esconderse. No hay bosque, ni arroyo, desde esta cama no se ven las estrellas. Oigo el ruido del tráfico, esta no es mi casa, estoy lejos de mi aldea. El aire me falta, sola ya me grito despierta.

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