Dicen que el muro es la última barrera que nos queda contra la epidemia. Que nadie la puede controlar y qué ésta sólo morirá cuando hayan muerto todos los infectados. Que los médicos que sobrevivieron ya lo han intentado todo pero han fracasado y cada fracaso es una prueba innegable de que hay cosas en la vida destinadas a superar al hombre.
No sé hasta qué punto eso es cierto. Hay rumores en internet de qué en EEUU están desarrollando una vacuna experimental para contrarrestar el virus. Pero nadie parece creer que tendrán éxito. Somos suizos. Con todos los pilotos competentes muertos, la única manera de llegar a América es salir del muro atravesando el territorio de los infectados y rogar porque haya embarcaciones en el mar que todavía funcionen para que podamos llegar a América.
Si mi hermano no se hubiese infectado en una de sus exploraciones nunca se me habría ocurrido ver que hay más allá del muro. Conozco los rumores, he visto las imágenes satelitales y los documentales sobre cómo todo salió mal. Pero mi hermano está enfermo y los medicamentos experimentales que robé del hospital para retrasar su muerte no le van a durar mucho.
Cuando una oye las viejas historias de las chicas que escapan de casa, muy pocas se imaginan que el lugar en el que acabarán son cientos de ciudades y pueblos en ruinas, llenos de bandas armadas e infectados desesperados por una ayuda que nunca llegará. O que tendrá que pasar hambre, frío y que podría perder la vida antes de llegar a su destino.
Pero igual lo haré porque, bueno, es mi hermano y es mi única familia.
Esta noche él y yo nos vamos a reunir con un «coyote». Axel todavía no manifiesta los síntomas. Los medicamentos funcionan mejor de lo que esperaba. Sólo espero que duren lo suficiente antes de que pasé por la etapa infecciosa de la enfermedad. La etapa que podría matarme antes de que llegué siquiera a América.
Está tan ansioso como yo, por lo que estamos a punto de hacer.
Vamos cruzar el muro que nos ha protegido de la devastación del resto del continente. Del muro que nos permitió tener un hogar, un trabajo y una vida relativamente normal mientras todo el resto del mundo se iba al infierno. Y lo más curioso es que ni siquiera lo creamos para eso. Fue una idea que tomamos de Trump para detener la oleada de inmigrantes que llegaban de África.
Finalmente se ha hecho de noche y cientos de dudas ocupan mi mente. Axel y yo nos dirigimos al punto de encuentro con el coyote que nos dará vía libre para salir de nuestro hogar. ¿Realmente vale la pena dejar este pequeño paraíso por una cura incierta? ¿Realmente debería intentarlo?
Mi corazón dice que sí. Pero mi mente dice que no.
Y desgraciadamente mi mente siempre ha prevalecido sobre mi corazón.
―Lo siento, Axel. Mi hogar esta en este lado del muro, no puedo ir contigo.
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