En las serenas lejanías, sobre el páramo estéril en el punto aquel en donde el sol se roba el alma a traves del sudor y las noches hielan las energías fui erigida en contra de mi voluntad. Fui alzada, trazada y surcada por pies cansados, sucios y vejados por mi tierra. Fui tocada por mano firme, exhausta de trabajar. Presencié llantos y fatigas, y el sangrado de sus pies y la áspera caricia de sus manos cayosas, respiré con la pesadez de sus pulmones exhaustos. Fui testigo de la injusticia de mil y de diez mil almas. Fui alabada en la luz de mi nacimiento, en la memoria de mi concepción, y maldecida como cruel ingrata, como vil patrón. Fui la jefa y fui la esclava. Fui el horror y salvación. Traje la esperanza y la desdicha de un cadáver en un cajón.

Pero fui fuerte. Mi gente era fuerte.

Y fui amada.

Y, al final, hollada, despojada de mi riqueza, con el corazón por los suelos, con el cuerpo agonizante y ultrajado, con la piel cuajada y con el llanto a flor de piel, fui abandonada como el alma de un minero moribundo bajo las siniestras piedras un chiflón.

Ya no es lo que antes era, ahora soy lo que me tocó ser.

No soy más que una flor solitaria que en el desierto se le ocurrió crecer. No soy más que un pedazo de tierra. Un recuerdo del ayer. Si tengo suerte, soy un trocito de historia en una esquina de un papel; quizás parte del cuento de un abuelo.

Soy lo que me tocó ser.

Podría ser una de esas que entre llantos y suplicios, compra almas que circulen sus calles, que ruegan no perecer.

Yo ya estoy muerta, y aun con vida. Por mí no corren las pisadas, ni una sombra ni presencia. Soy un pueblo que entre tantos, le ha tocado desaparecer.

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