Hoy, mis pies, vuelven a pisar las calles antiguas, donde el ayer nunca se fué, a pesar del paso de los años, nunca quiso abandonar, el cariño eterno de la nostalgia, siempre escondida en todos los balcones de cada corazón que un día habitó este lugar.
Hoy el susurro del silencio, se desliza por las esquinas del pasado, buscando a los vecinos que llenaban con su voz, cada hueco de las paredes de adobe mientras volvian del campo, donde habian dejado, sangre, sudor y lágrimas para poder alimentar el cariño de un hogar, mientras en la chimenea, el fuego calentaba el caldero para esa noche.
Las puertas aún entreabiertas, parecen invitarme a entrar en esa casa abandonada, hace tanto tiempo, que el polvo del reloj del alma, ha cubierto los recuerdos siempre inborrables que aún permanecen allí, como los fantasmas de la conciencia, desarrapados en los armarios donde se guardaba la ropa de los domingos, porque venía el cura a dar la misa.
En el camino, las huellas de aquellos animales, que tanto ayudaron a las manos del campesino, siguen marcadas de por vida, en la tierra reseca de antaño, siempre dirigidas al campo, cuando las manos agrietadas de trabajar, apretaban el arado contra el barbecho, en busca de la siembra de ilusiones. que cada año por estas fechas había que hacer.
El pilar. conserva los caños de hierro fundido, por donde entonces, el agua cristalina, que daba luz a las miradas más limpias de aquellas madres ataviadas con su delantal y una sonrisa eterna, que nisiquiera el hambre podía quitar,corría sin cesar, fresca, con ese saborcillo que sólo la naturaleza sabe dar a la vida, y que ha dejado su marca en las paredes roidas, que un día fueron pintadas de cal.
La iglesia,con aquellas enormes puertas de madera y bordeada por el oxido de los clavos, guarda todos los tesoros que se escondian en las palabras de un confesionario, donde todo el mundo quería aliviar sus pecados, mientras que en sus bancos. las gentes de cierta edad pasaban las horas rezando con el rosario entre sus dedos.
La calle principal, acaba en el camino del cementerio, allí, donde el tiempo duerme eternamente, custodiando las fotos en blanco y negro que adornan las viejas lápidas desconchadas, algunas con flores de añoranza y otras con el brillo que deja una lágrima sobre el marmol, cuando aún se percibe la silueta de aquellas viudas vestidas para siempre de negro tristeza, que visitaban a sus maridos a los que tanto querian.
EL AYER NUNCA SE FUÉ
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