Nos han dejado en interrupción. Hay otros accesos y mil formas de volver y de irse, de arrebatarnos la mirada y de congestionar la salida de la circunvalación. Cada vez que observo indiscreto a esos operarios, con sus trajes fluorescentes, sus charlas a las once, sus bocadillos con papel de aluminio, no puedo hacer otra cosa que descifrar un futuro menos denso.
Nos han dicho que esto será beneficioso. La gente visita el instante y carga sus pilas. Así lo llaman, aunque vienen en coches híbridos. Y así vamos fluctuando: fines de semana de gasolina y cinco días perpetuos en las tres de la tarde. Muchos llegan porque quieren un lugar tranquilo para pasear y dejar a sus hijos. Pero luego los recogen y se queda el columpio; y la bisagra sin engrasar. También vuelven esos trabajadores impregnados en hierro y óxido a su función, a introducir su nómina al cambio social, a adaptarnos al traqueteo del viernes, sábado y domingo. Corren todo lo que pueden para que no quede la estampa del recuerdo. Y al final posamos para la fotografía de carnet en la cartera, más amarilla y más joven, más felices y más vivos.
Nos han abierto la calle y han colocado dos señales. Aquí ya no para nadie. No hay quien pare. El cruce estorba porque falta el paso. Y la ausencia de paso es torpe porque no hay carbón, ni vapor, ni tendido eléctrico, sin embargo hay obreros desmantelando la vía férrea y van dejando el camino y la tierra quemada. Y la autovía queda más abajo. Al margen cruza la nacional más obsoleta y bacheada, menos maquillada y servicial: con el bar fundido, la gasolinera sin carburante y la huida en vena.
Nos han visto en la esquina por última vez. La maleta atada sin cinturones y con ese código de seguridad permanente. Acaricié más o menos tu mano y supe que no volverías. Llegó la sirena naranja. Despotricaba el trabajo de la maquinaria pesada. La sombra intermitente dibujaba toneladas de carriles de hierro y traviesas de madera. Empezaba a quedar la distancia y las aplicaciones que discurren sobre ella.
Nos han avisado de que esto durará un tiempo, como el que nos dimos. Como esperar al verano en la umbría. Hay días en los que me asomo al muelle y sigo sin comprender el colapso del domingo, las tardes de ausencia, las noches en la mesa camilla, las ilusiones de emigrar… El progreso vital pasa por un empleo en una oficina, lejos de la provincia, a ras de cielo. Y los objetivos cumplen las expectativas y empezaste a dominar el metro. A prosperar cerca de la turba. A dejar el pueblo más tullido.
Nos han hablado en plural y me he quedado solo. Hace tiempo que se me escapó la oportunidad de marchar. Huiste y quedé con una estación en parada cardiorrespiratoria. Sin vías. Sin tren. Sin escapatoria.
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