De poeta y de loco…

De poeta y de loco…

Williams Nuñez

25/09/2018

Recordé aquel viejo poema juvenil : «Puedo escribir los versos más tristes esta noche…» mientras me entretenía limpiando la sangre del filo de mi cuchilla y observaba el cadáver de Paula en el suelo sucio. (A la única que le corté el cuello.) Corría el año mil novecientos ochenta y tres, hacía solo seis meses que nos habíamos encontrado. Sentimos arder la piel al vernos. Fue todo pasión. Ella dejó a sus padres en Santa Fe y yo salí de Paraná hastiado de soledad. Juntos nos vinimos a tratar de empezar de nuevo en este pequeño pueblucho del Norte Entrerriano, cerca de San José. Ni nombre tenía, de la opinión de los treinta y tantos colonos en aquel lugar, seguramente saldría uno que lo identificara. Colonia Desolada quizás sería lo mas adecuado, según mis propias palabras en la última reunión que tuvimos con aquellos pobladores. Familias compuestas por un matrimonio y no más de dos hijos cada una. Excepto nosotros, que no por falta de iniciativa, nunca lo logramos. Pero ella se cansó. Mucho trabajo de campo, levantarse temprano y cortar pasto, dar de comer a los animales, reparar cercos. Desde las siete a casi diez de la noche. Y poca paga. A todo esto, ya habíamos quemado las naves…y fue ese hastío el que creo le dio vueltas en la cabeza hasta llevarla a mirar a otros hombres, a coquetear con ellos, a mentirme descaradamente acerca de sus ausencias de la casa. El mes entrante Paula cumpliría veintidós y yo, cincuenta. Vendí lo que tanto me costó ganar en Paraná. Casa, un coche, un pequeño negocio de golosinas. Todo por ella, por mí, por el futuro…Las habladurías y mi obsesión por saber la verdad, me llevaron a descubrir lo que no hubiese querido descubrir. Primero fue con Juan, luego con Augusto el de la casa contigua, también con Ernesto, el panadero. Por eso la reunión aquel fatídico día, en la sala grande de la Estancia. Estaban todos y todos bebieron más de la cuenta. Y a mi nombre. De lo que yo preparé. Un excelente Malbec con cierto gusto a Almendras. Amargas. Eso para los hombres.
Más un jugo de arándanos para niños y mujeres.

Sigo mirando a mi alrededor y los cuerpos siguen allí. Inertes. En posiciones extrañas. Algunos con los ojos muy abiertos y espuma en sus labios. No podía olvidar ni perdonar. Menos a aquellos hombres, jóvenes y viejos que quizás también miraron con lascivia a mi Paula.

Colonia Desolada no llegó a existir. Y en los libros de historia a lo mejor se hablará de este genocidio. Colonia Desolada no figurará en ningún mapa y nadie nunca sabrá los motivos de estas muertes. Sonrío mientras camino por la ruta, con mis recuerdos macabros a cuestas y vuelvo a susurrar, solo para mí :»…aunque este sea el último dolor que ella me causa y estos sean los últimos versos que yo le escribo» . Gracias Pablo Neruda. Por la inspiración…

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