Máximo era su nombre, o quizá ya ni siquiera eso le pertenecía.

Había renunciado a todo hacía ya varios años, tantos, que su memoria no le permitía recordarlo.

Dejó atrás su cátedra en la universidad, sus torneos de bolos, su vida de prestigioso letrado … su familia. Bueno, a ella no la dejó por decisión propia. El cruel destino se la había arrebatado, sin que él tuviera tiempo de tan solo darse cuenta, o apelar esta decisión.

Un día, giró la llave de su casa y cerró los candados de la reja que había sido instalada para protegerlos a él, y a su familia, de cualquier fortuito y maligno evento. Nada había servido para evitar que sus destinos los alcanzaran.

Sus amados libros, que antaño le servían de refugio a sus cada día más frecuentes depresiones, permanecían ahora cubiertos por polvo y telarañas, en aquel librero de cedro fabricado, como terapia alternativa, con sus propias manos.

Tapió su casa, su taller, su profesión, sus anhelos y hasta su Fe, y emprendió camino sin rumbo fijo. A cada paso que daba, cavilaba si había tomando la decisión correcta. Dejó, sobre su escritorio de cortina, la Colt 45, M1911, aún con el cartucho cortado, y la botella de Jimador ya vacía, que la noche anterior había ingerido en un solo trago, cuando, con la pistola en una mano y la botella de tequila en la otra, tenía que decidir cuál de sus manos sostenía la cura a su dolor … su inmenso dolor. No había vuelta atrás. ¿O si?

Dudó si pasar a despedirse de su esposa y su querida hija, pues había decidido que nunca más regresaría a visitarlas, ni siquiera a dedicarles una insigne oración.

No, sin duda lo mejor sería dejar todo atrás y tratar de iniciar una nueva vida, si es que vida se le podía llamar, a el nuevo transitar por su mundo, que a partir de este día tendría que afrontar.

“Al fin y al cabo son ya solo cenizas”, pensó, “a ambas, las llevo en mi corazón y nadie podrá arrebatármelas de ahí . No otra vez. Nunca más, No lo permitiré.”

Secó, con la palma de su mano derecha, la única lágrima que había logrado escapársele, y mirando al cielo exclamó: “no me doblegarás. No tienes nada más que quitarme, me lo has quitado ya todo, y sigo aquí, de pie, Ni una lágrima más”…

Lo conocí un domingo, cuando haciendo mi acostumbrado recorrido, me encontré con una casa de cartón, en un terreno baldío de mi propiedad, en las afueras de la ciudad.

Mi primer pensamiento fue echarlo de ahí, pero al ver aquel vacío enorme en su mirada y la tristeza en su desgastado rostro, no solo decidí dejarlo vivir en ese lugar, sino que cada domingo, le llevaba algunos víveres, que le ayudaban a sobrevivir .

Hoy, le he gritado como cada semana: “¡Máximo, Máximo, ya estoy aquí!”, y no obtengo respuesta alguna.

No me atrevo a entrar a buscarlo …

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