¡OH MADRE SELVA!
¡Oh Madre Selva con tus árboles viejos!:
aúllan los monos y trina el quetzal.
Te alzas al cielo cual manto esmeralda,
y soplas discreta, y ruge el jaguar.
Devoras con furia a la niebla serena,
y bañas al aire en sutil resplandor.
La gran cuenca se abre paso en tus venas,
vapores del alba que danzan al sol.
Los dioses del cielo que observan atentos:
miradas eternas de fuego sin fin.
El puma que acecha y aguarda en las sombras:
¡resopla entre hojas la mancha voraz!
Vorágine sacra que habita en tu alma,
y late con pulsos de hembra sensual.
Leyendas tribales esconden tus juncos:
raíces de antaño se clavan en ti.
Espíritu libre de aliento terroso
no me sometas con tu ardid animal;
confío en tus sabias y justas sentencias,
pues no soy de aquellos que te han de retar.
Germina en tu seno un jardín de delicias
y brotan poemas que huelen a flor.
Se traza en tu piel la silueta sinuosa,
que a lo lejos evoca una dulce canción.
No en vano la brisa acaricia las ramas:
susurra a su paso un fugaz palpitar.
Paisajes ignotos vestidos de verde,
de vientos perpetuos e indómito andar.
Océano denso de noches calladas
tu añeja espesura me invita a la paz.
Contigo a la vista mi Ser se solaza,
tu embrujo divino me ha de hechizar.
BUCÓLICO AMANECER
Un gallo de raza y cresta empinada
contempla el celaje en tono marcial.
Su pecho macizo fecunda un himno
que anuncia impetuoso el rito solar.
Un mirlo se suma al coro del alba:
el frío congela sus cantos de miel.
La aurora se gesta en pálidos tonos,
la Luna que huye al lecho nupcial.
El río callado que exhibe su calma,
gobierna a un rebaño de grácil andar,
que espera, muy manso, a ser consagrado
por manos de artistas que honran su vid.
Un cerdo travieso de ojos discretos
que blande sus carnes en fiesta animal.
Barroca silueta clavada en el fango
que aspira a brindarse un baño de rey.
Los perros en caos, de lánguidos torsos,
le ladran al viento que azota su piel.
Jauría de juerga, que espanta el silencio;
su exótico idioma se torna en rumor
Los nobles paisanos que labran el huerto;
sus rasgos sinceros resumen bondad.
Las santas matronas que avivan el fuego;
sus niñas piadosas que muelen maíz.
Crepitan las brasas en rizos sensuales;
los huevos que laten: del nido al sartén.
El agua que hierve a mares bravíos:
manjares del fondo que esperan brotar.
El fresco aroma a nueces del campo
se esparce en el aire como éter fugaz.
Olor a frambuesas, a pan de centeno,
coctel de fragancias de virgen sabor.
Casitas de barro que yacen enhiestas,
vestidas de blanco, ungidas de paz.
Las gentes humildes de sangre mulata
que rezan sus credos con tal devoción.
Campanas plateadas redoblan su eco,
viajando en el tiempo en son musical.
Orgía bendita de fríos metales
que exhorta a las masas a hallarse en su fe.
¡Oh bella acuarela de brisa y montañas!,
sublime mañana de verde febril.
Las nubes serenas que besan sus lomos
y dejan su huella en gotas de amor.
¡Oh soplo hechizante!, se escapa el rocío,
un dulce murmullo seduce al nogal.
No en vano sus hojas se agitan con garbo
en íntima danza de eterno vaivén.
Un ocre lucero se asoma a lo lejos,
y ostenta orgulloso su faz señorial.
Sus cósmicos brazos se baten furiosos;
saludan la tierra que engendra el trigal.
El Sol se deshoja, se cae a racimos,
y excita a la hierba que pulsa en calor.
Los lirios se yerguen y alzan sus cuellos,
buscando en lo alto su fuente vital.
Un mar luminoso se abre en el cielo,
cual manto esculpido de diáfano azul
que al este del valle se tiñe de oro
en acto de magia de parda embriaguez.
¡CUÁNTA BELLEZA VEN MIS OJOS¡
¡Cuánta belleza ven mis ojos!
Una ráfaga que hiere mis sentidos.
Un impacto contundente que me embriaga.
¡Cuánta belleza me golpea!
¡Cuánta luz cegadora!
¡Cuánta belleza hay, cuánta!
¡Cuánta belleza ven mis ojos!
A veces repta de maneras insondables,
y se clava sutil en forma de fino dardo
que atraviesa mi alma como un fantasma errante,
como una caricia flotante y vaga,
rescatada por espíritus heroicos.
¡Cuánta belleza ven mis ojos!
En la grandeza de los hechos sencillos.
En la hoja que cae silenciosa en el otoño.
En el sonido claro de un jilguero en la alborada.
En el canto sereno de una selva virgen.
En el dulce apetito que tus carnes me provocan.
¡Cuánta belleza ven mis ojos!
En el soplo metálico del viento helado.
En el palpitar crujiente de un corazón enamorado.
En la noche quieta y azulada.
En la mujer que clama ser amada.
En el verde pálido de tus pupilas.
¡Cuánta belleza ven mis ojos!
En el fruto de un amor que se prohíbe.
En el beso tibio, la mirada exacta.
En los alces que a su paso estremecen la llanura.
En el rugir del mar bravío y orgulloso.
En la certeza del brillo eterno de tu iris.
¡Cuánta belleza ven mis ojos!
En el sol que se camufla en las montañas.
En el tigre albino que se confunde con la nieve
En el crepitar del fuego que alumbra al hogar pobre
En el sigilo del gato pardo que acecha en las tinieblas.
En las gotas de rocío que te mojan.
¡Cuánta belleza ven mis ojos!
En la ola que muere simple entre las rocas.
En el olor del pan fresco que se brinda en madrugada.
En la inocente anarquía de un tropel de colegiales.
En la terquedad de la cuenca que horada al valle.
En el reflejo de tus ojos vivos.
¡Cuánta belleza ven mis ojos!
En el susurro que habita en el bosque melancólico.
En los cuentos del abuelo encorvado.
En el haz de luz que danza libre por el cosmos.
En la discreción del tiempo que viaja etéreo como un río.
En tu piel humedecida por la brisa.
¡Cuánta belleza ven mis ojos!
En las estrellas que se apagan y aún las vemos.
En la fuente calma que gesta al caudal fiero.
En los cerezos que caen en primavera.
En el correr atropellado de un niño vagabundo.
En los aromas que se escapan de tu aliento.
¡Cuánta belleza ven mis ojos!
En la soledad de un desierto arenoso y lejano.
En los versos del vate acongojado.
En las leyes rigurosas que dan sustento a la vida
En la estampa de la abuela en su cocina hecha de barro.
En la negrura perfecta de tu pelo caprichoso.
¡Cuánta belleza ven mis ojos!
En la noble expresión de un perro macilento.
En la bandada de alcatraces que buscan su morada.
En la ecuación que celebró Einstein en vida.
En el caos matemático que se resume en la tormenta.
En un amanecer en tu regazo.
¡Cuánta belleza ven mis ojos!
En la brevedad de un beso que se roba.
En el abrazo de un padre a su hijo trémulo.
En el rayo que azota al aire con su rebelde geometría.
En la justicia de una sentencia absolutoria.
En la urgencia de tus labios rojos.
¡Cuánta belleza ven mis ojos!
En el discurso reparador de un prócer a su pueblo.
En la aurora boreal que se dibuja sobre el cielo.
En el polo austral con su exceso de blancura.
En el vasto universo y las ciencias que lo explican.
En el misterio que gobierna tu geografía.
¡Cuánta belleza ven mis ojos!
En las manos cascadas de una madre vieja.
En los líquidos que arden furiosos por las entrañas de la Tierra.
En la simetría artística de un panal de abejas.
En la sonrisa edificante de una anciana bondadosa.
En la espesura de tu piel de seda exótica
¡Cuánta belleza ven mis ojos!
En la sobriedad de una tarde mustia y mansa.
En la solemnidad exquisita de un atardecer rojizo.
En la bucólica atmósfera de un pueblecito abandonado.
En el baile arrebatado de tus cabellos al viento.
¡Bello, cuán bello es todo cuanto me rodea!
¡Bella, cuán bella eres tú en la cercanía!
AUSENTE
Me pierdo en tus ojos, qué bello tormento.
Me quemas las venas, qué hermoso dolor.
Cabalgas mis sueños, muy cerca ya siento
tus labios traviesos, de dulce sabor.
Tu pelo cobrizo, que danza en el viento,
rebosa a mi rostro de un breve rubor.
Tu aroma de diosa me roba el aliento;
una gota de ti se torna en clamor.
Qué amargo destino, lo grito con miedo:
tenerte a mi diestra se ha vuelto mi credo.
No verte a mi lado, ¡qué gran desazón!
Rabioso me hallo de verte muy lejos.
Me arrastro de noche buscando tus besos.
Y entonces me digo: perdí la razón.
EL ÚLTIMO BRINDIS DE UN BOHEMIO EN RAPTO DE AMOR Y LOCURA
Un incendio reposa en el fondo purpúreo de mi copa;
una tormenta de grises nubarrones;
un remanso de aguas quietas a punto de estallar;
una avalancha de hierro fundido que me arrastra.
Una tragedia griega habita en el tálamo de mi locura;
una comedia de Molière de bucólico aroma;
una profecía apocalíptica que bate sus alas con violencia;
un universo distópico, aberrante, ensangrentado.
Me lanzo en aquel abismo de cristal,
con el ánimo de descifrar lo indescifrable.
Pero solo siento un vacío que desgarra mi piel hecha castañuelas:
una oquedad milenaria que me asfixia con sus brazos de Titán.
Veo mi rostro reflejado, distorsionado, ajeno, lejano.
Y advierto un recio oleaje que me salpica el corazón:
un vaivén líquido que amenaza mi cordura;
una estaca de plomo que me destroza lentamente
Descubro un torrente de dolor absurdo;
como goterones rojos de una honda nostalgia;
como bestias voraces de un gozo contradictorio;
como ríos caudalosos de una furia íntima.
Ya no sé lo que me ocurre.
Y no lo quiero saber.
O tal vez sí.
La confusión me gobierna como a un crío atolondrado.
El demonio de la locura me alza en su vuelo.
Y me zambulle en un mar violáceo y tormentoso,
que se quiere desbordar de mi copa enemiga,
que se deja oler a través de un miedo negro y ácido.
Naufrago en vastos e inhóspitos dominios.
Y hallo allí a una heroína mitológica con cuerpo de dragón;
un monstruo marino con escamas venenosas;
una bestia medieval que expulsa azufre por sus fauces.
Es incierto el destino de esta aventura irracional.
Un torbellino sensorial revienta ante mis sentidos.
…Y a medida que la noche se escurre de mis manos agitadas,
se revelan mil demonios que me apuñalan el alma como agujas:
de naturaleza brutal, críptica, caótica.
Ya no hay retorno de este viaje etéreo, frenético, esquizofrénico.
Me ahogo en aquel vidrio helado.
Y clamo por una mano mesiánica,
que me rescate de estas aguas turbias y azarosas.
Entonces navega a través del océano de mis quimeras,
una Venus primitiva, tan inescrutable y explicita,
que emerge como un tibio vapor que rompe la nieve:
como un efluvio místico que me arrolla,
como un eclipse fugaz que me abraza.
Y adivino en ella a la propietaria de mi sufrimiento y mi deleite:
a mi remedio milagroso y a mis heridas sin cura.
Y solo entonces, me atraviesa con su mirada de hielo:
impenetrable, granítica, afilada.
Luego advierto en su silueta luminosa y cósmica una grieta.
Y al fin entiendo que ella es el principio y el fin;
el ángel que da vida y el espíritu maligno que la roba;
el alfa balsámico y el omega corruptor,
el amanecer augusto y el ocaso sombrío,
el todo al mismo tiempo y la nada en ninguna parte.
¡Qué dualidad tan cruel!
¡Qué amarga dicotomía!
Las fuerzas me abandonan cual ejército huidizo.
Y suelto aquella copa lacerante y pétrea,
que explota contra una naturaleza inerte que la ataja en su caída.
Me atropello como un ciervo asustado y frágil.
Y huyo de aquella ilógica presencia,
que clava sus colmillos en mi pecho mutilado.
Y brindo por última vez, manchado de mi sangre escarlata.
Luego, me entrego, manso, a los brazos de Morfeo eterno.
Al fin me he liberado del yugo de mi opresora,
de la causante de mis penas y mis alegrías.
¡Ya no soy aquél!
EL MÁRTIR Y EL VERDUGO
Esbirro del imperio, tus puños apretados
delatan ira ciega, auguran gran dolor;
la sangre se desborda en mares tormentosos;
y el público aberrante resuena con hervor.
Heraldo de la muerte, tus pasos estruendosos
retumban en la Roma, presagian el terror;
el César se relame, con ojos inyectados
de un odio repulsivo, que exhibe sin pudor.
Un gladius de hoja torva se empina contra el viento,
y corta una cabeza, cual triste monumento
que rueda por la arena: ¡qué gala criminal!
Los gritos de las masas estallan como un trueno;
el verdugo resopla y escupe su veneno;
el mártir yace inerte, vestido en cuerpo astral.
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