¿Qué hacer? (Poema en cuatro partes)

¿Qué hacer? (Poema en cuatro partes)

I

Estaba esperando el setenta y tres

con su pelo negro y collar blanco,

tenía el móvil en la mano

al posarse en aquel banco

por la selfie que subiría después.

Su semblante puritano

se sonreía en ese plano,

mas llegó el aroma franco

de litros de alcohol fuerte y descortés

desde aquella mujer de ojos tristes,

que le hizo un gesto para apartarse

y luego se sentó cansada:

hablaba al aire en quejarse

de que no hay pureza en lo que existe,

pero sí interés en cada

uno aunque no muestre nada.

Laura comenzó a asustarse,

aunque el momento parecía un chiste,

pero nadie adivina intenciones

ni los días pasados de los demás.

La mujer comenzó a charlar,

asegurando que jamás

vio pupilas tan llenas de emociones

como esas que ella hacía brillar,

y que en ellas podía notar

aquella juventud fugaz

que aún no sufrió la hoz de frustraciones.

«¿Cuál va al Retiro?» Dijo la mujer

antes de volver al tema anterior.

«Mira, toma esta pulsera,

tócala, siente su rumor…

en sus hilos verdes hay un poder:

el de alejar a cualquiera

que por interés te quiera.

Con ella no habrá dolor,

pero a todo el mundo vas a perder».

Laura miró a un costado y vio un ave,

un hermoso colibrí batiendo

su plumaje reluciente.

«A todes irás perdiendo,

porque esto aleja maldades graves

en un mundo solamente

hecho de imperfectas mentes:

uno puede estar haciendo

daño… pero a veces ni lo sabe.

Por eso los seres buenos —los menos—

deben posar en sus pieles los lloros

que inyectan al corazón deterioros:

sólo así sus fervores serán plenos,

pues cualquiera es bueno en los tiempos buenos.

II

Yo he tenido esta pulsera por años

y por años los que amaba se fueron,

ahora tengo treinta y tres primaveras

imposibles de arrancar de mis dedos.

Pasé toda la vida

en Soledad y Miedo,

pero esto ya me ha desgastado tanto

que no puedo llorarlo, aunque eso quiero.

Cuento con más parejas

que amigos verdaderos

y este hecho me retuerce los ánimos

pero no me mata, ojalá pudiera…

porque mi alma es una ruina de flores,

ya que las ruinas tienden

siempre a desvanecerse

y las mías se recomponen.

Se agigantan mis columnas rotas

junto a mis emociones,

los ventanales toman

colores de ternura

con la luz de los soles…

y luego vuelven a caer.

Toma la pulsera ya»

Dijo mientras sostenía suavemente

la muñeca de Laura.

«Espero que superes

lo que yo no fui capaz:

que se marchiten todos tus sentidos

hasta dejarte sin sensibilidad,

porque eso suele lograr

el beso prolongado y asfixiante

de la puta soledad»

Tenía el pecho quebrantado por dentro

y un dolor indómito

subiendo por su cuello.

Sentía que tras los ojos sus lágrimas

vibraban como las aguas del Leteo.

Pidió por favor un abrazo a Laura

y ella pudo sentir su respiración.

Se disipó aquel aire

que tenía algo de temor,

ahora si Laura miraba a esa mujer

sólo sentía compasión,

porque todo eso ya no era incómodo,

pues de repente sintió

que la mujer hablaba,

bajo su aroma de alcohol,

con una sinceridad que jamás vio,

ni en quienes más amaba

y ni en quienes más amó.

III

«¿Por qué quieres que tenga esta pulsera

que solo puede hacer nacer heridas?

Es imposible que nadie la quiera.»

«En mitad del camino de mi vida

yo era un ángel que vivía en tranquilidad:

junto a un dios perfecto yacía tendida

en su lago eterno de amabilidad,

hasta que dios se tornó sombras muertas

y dejó ausencia en donde tenía bondad.

Cuando descubrimos su piel abierta

los ángeles suyos nos conmovimos,

y azotó nuestros cuerpos la reyerta

de quién tendría un amor tan ubérrimo

como el suyo, que era más que simple amor…

unimos nuestros seres beatísimos,

para regar por sobre el mundo exterior

nuestra bondad como flores de rocío

que son arrancadas de nuestro interior.

Lo cumplimos hasta quedarnos vacíos,

hasta desangrarnos dentro sin final

y alejarnos de nuestros genuinos bríos.

Hoy rogamos con garganta memorial

que los mortales valerosos donen

cual nosotres su sangre primaveral,

porque el magno sacrificio supone

responder a esta cuestión complicada:

antes del punto en que el mundo abandones

¿dejarías tus sentimientos sin nada,

ni libertad ni alegría ni entereza,

para que la gente sea alimentada

por tu felicidad y gentileza,

y en cambio tú te quedes solamente

con tus temores y con tus tristezas?

¿Podrías ser infeliz eternamente

si eso hace que los demás sean más plenos

y más felices verdaderamente?

Si tu enfermedad curará el veneno,

si has de ser infeliz por los felices…

con esta pulsera harás algo bueno.

Tus amados serán los artífices

de tu soledad gélida y violenta,

pues ya no tendrán intereses grises.

Poco a poco estarás sola y sedienta,

y si tu alma aún no se te desmorona

tras años de soledad descontenta,

le darás la pulsera a otra persona»

Se levantó tras un breve suspiro

«Me voy: toma la pulsera… perdona…

Había llegado el bus nueve justo ahora.

«Disculpa, ¿este bus va hacia el Retiro?»

IV

Antes de que se adentre

la mujer al bus de largos gemidos,

Laura preguntó en alto

por qué se necesita

cortar el lazo con otras personas

para guardar el fruto

sublime de las ramas de la bondad.

«Eso es muy fácil, niña:

si encerrases a un hombre

cuerdo en las paredes de un manicomio,

¿cómo acabaría viendo

el mundo tras un tiempo de delirios…?

Pues basándote en esto

responde a lo siguiente:

¿cómo sería entonces un niño tierno

si lo arrojan a un mundo

constituido con raíces de violencia…?

Adiós: cuídate, niña».

Y Laura pudo observar

el pelo negrísimo y los tatuajes

en la espalda de ese ángel.

Quedó en sus manos la pulsera verde

y la opción de usarla o no.

En la parada vacía

Laura observó la cámara del móvil,

donde miró su cara

seria, casi llorando ríos de dudas.

Tras una breve pausa

buscó entre sus contactos

para llamar con la mano temblando.

«Hola mi amor, ¿cómo estás?

espero que no te moleste pero

no voy a ir a tu casa.

Tuve un día complicado.

Sí, estoy bien. Ya te lo contaré otro día.

No, yo te amo más… adiós».

Se quedó sentada observando el barrio,

vio a una madre latina

con su niña pequeña,

que apenas podía caminar y estaba

huyendo de su sombra,

que a sus ojos la estaba persiguiendo

infatigablemente.

Y también vio a un anciano

que había arrancado una flor de la iglesia,

posando los pétalos

blancos cerca de su nariz rosada.

El tiempo dejó de correr del todo,

ahora todo era tranquilo, silencioso,

y Laura se sentó a fumarse un porro.

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