Entre las heridas del cielo y el polvo de la tierra,

Caminan las sombras por las calles de Santa María.

Cuando llueve, se guardan los paraguas en los roperos de naftalina,

Y cuando la niebla estira sus brazos,

Para ponerle velo a los rostros que deambulan desconsolados,

Que sucumben mientras cuentan las horas;

Y sueñan así, y seguirán soñando, sí,

Entonces, recuerdan lamentables que están y siguen vivos,

Lamentablemente.

Todas las noches,

En el bosque de edificios y en el desierto de las casas de Santa María,

Los sanmarianos se enfrentan a su destino, se vuelven a emparejar

Con la resignada virtud de aceptar el incuestionable epílogo,

El final sin sorpresa,

El desenlace compartido por los hombres y por las mujeres

Que lo han perdido todo,

Que ya no pueden perder nada

Porque sienten el vacío, el hecho de ser nadie para el mundo.

Querido Onetti, Don Juan Carlos Onetti,

Hijo asesinado de la República de Montevideo,

Sombra de luz desde el Uruguay para todo el mundo;

Inclusive tu apellido era una ficción: -O’nety, irlandés latinoamericano,

Vivías sosegado, impasible, encamado en tu soledad madrileña,

Empuñando el corazón, sombrío y visceral,

En el lápiz, en el birome azul, en la estilográfica roja,

Para describir, escribir y describir

Qué nos pasa a los hombres, cómo se hace pesada la vida,

Qué nos sucede cuando nuestra conversación se torna en un monólogo,

Cuando las palabras exclaman dolor en los papeles por los que algún día seremos recordados,

Cuando la cara de la derrota es un sueño realizado,

Y nunca dejará de dilatarse como una pupila,

En el instante en que dudamos de que al otro lado de la vida,

Nos esperan los mismos gestos,

La misma pálida luz del sol frío,

Las mismas piedras, las mismas hojas que crujen al ser aplastadas.

Nos llega tu aliento de cigarro,

Mezclado con el whisky que te compraba Dolly Muhr;

Tu contemporánea viuda, la hechura del amor que nadie te creía capaz,

La mujer del violín que solía apaciguar el tedio, la frustración y el dolor de tus relojes,

El ignorado perro de la dicha,

Tus manos que dibujaban formas mientras hablabas,

Tu vaso de alcohol, como un cáliz que bebías para reivindicar tu escepticismo,

Y tu ingrávida timidez, tu paciencia despojada, tu mirada de ojos analíticos,

Tu reticencia a la perífrasis, tu rechazo indomable a hablar de la vida,

Pero sólo nos importa saber quién eras en los libros,

Admirarte con mangas de camisa, cuando eras Brausen,

Cuando te parecías a Mcload, cuando dialogabas fantasmalmente con Larsen,

Sólo así, Onettiano y Onetti de ti mismo,

Para los que nos hemos saciado de tu literatura,

Y lo hemos pasado bastante mal,

Recordaremos quién eres y nunca dejarás de ser…

Desde el 30 de mayo de 1994,

En Madrid y en todo el mundo

La literatura está de luto.

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