I
De qué huyen las letras
cuando temen mi alma hueca.
Que nombran mis versos ajados
cuando el frío convierte en agua…
mis «Yo siento»…apagados.
Que tristeza cuando gime la tierra
buscando redimirse entre almas de piedra.
De qué escribe el poeta
cuando la palabra muere
tras el olvido y la mentira.
Y se pierde el roce de la muerte
entre las tumbas torcidas.
Que tristeza cuando gime la tierra
buscando redimirse entre almas de piedra.
II
Qué vida tienen los versos
cuando la muerte se aleja,
dejando huecos los pasos
entre la paz y la guerra.
Solo queda el temblor de mis labios,
mientras la lengua clama los pasos
que llenaron vacíos, genios y sabios.
Enamorada del ángel de piedra
sueña con despertar su alma
entre versos y poemas.
Mientras yace oculto entre la tierra
su cuerpo vacío y yermo.
Que tristeza cuando gime la tierra
buscando redimirse entre almas de piedra.
Quema el frío de las lápidas olvidadas,
claman las flores marchitas
ocultas entre las sombras calladas,
mientras su nombre, entre susurros resucita.
III
No duerme el lamento
de su eterno desconsuelo,
mientras siente sus pies
sobre el polvo de sus huesos.
Gritará la noche su nombre
y las estrellas callaran su sino,
mientras entrega con ahínco
su alma entre cielo e infierno.
El barro tiembla entre su carne
y el agua se hace sangre.
Renace el viento
en su aliento,
y su beso se hace eterno.
No duerme el lamento
de su eterno desconsuelo,
mientras siente sus pies
sobre el polvo de sus huesos.
Qué quiere el amante
que con uñas y dientes se agarra
mientras el ángel de piedra le advierte
que su tiempo y corazón, despilfarra.
Que triste el silencio cuando calla
y la tierra gime,
buscando redimirse…
entre almas de piedra.
Porque no puede, no cesa…
No duerme el lamento
de su eterno desconsuelo,
mientras siente sus pies
sobre el polvo de sus huesos.
IV
El Ángel de piedra llora y gime
pues anhela ser el polvo de los huesos
que custodia bajo su torso sublime,
y sus huesos no se hicieron polvo
por querer renacer de nuevo.
Su sangre no se hizo barro
por revivir el ancestral encuentro,
en el ciclo del infinito laberinto
que nos aleja y nos acerca
en múltiples reencuentros.
Cesa el anhelo y el deseo
Tras la mirada y el beso
De dos almas fundidas…
En la misma piedra.
El Ángel de piedra llora y gime
pues anhela ser el polvo de los huesos
que custodia bajo su torso sublime.
El tiempo que todo unifica
y el espacio que todo lo ata
fueron cómplices amables
de esa unión sagrada.
Hicieron polvo la piedra
y rasgaron el velo de los huesos
para que de ellos nacieran por fin…
Una sola estrella.
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