PODRÍA ENVENENAR LA TIERRA

PODRÍA ENVENENAR LA TIERRA

Carmen Agosto

04/12/2016


He de contarle sin falta el grave aprieto en que me encuentro, es el caso más impresionante que he atendido y no estoy seguro de cogerlo como un caso.

El miedo, el odio y la pena que he sentido en esta primera consulta, y única hasta ahora, con esta paciente me ha dejado impactado. La intensidad de estas emociones y su ocurrencia en el mismo espacio y tiempo me han sobrepasado. Necesito de su opinión y su ayuda.

Mire, llevo años atendiendo a niños que han sufrido malos tratos, abandonos y abusos por parte de sus padres o madres, asistiendo a su angustia y a las consecuencias graves y penosas de estas circunstancias familiares. Llevo años tratando de acompañarlos en la búsqueda de su derecho a ser respetados y tratados como personas. Cuando correspondía, he informado sobre sus síntomas y conductas imposibles para que puedan llegar a encontrarse en lugares seguros o más seguros, sin violencia, protegidos y menos solos. He atendido y escuchado a cientos de adultos que sufrieron esta fatalidad en su infancia y que están deprimidos, derrotados, invalidados, sin estima, sin razón, locos. En ocasiones peleo con la administración y algunos de los funcionarios de la ley conocedores implacables de artículos y normas para decir por ellos, los niños, las palabras que tuvieron que callar o aquellas que, por mucho que dijeran, son consideradas como insuficientes, mentirosas, fantasiosas. Las palabras de los niños para algunos adultos son inaudibles….

Y esta paciente anciana, abuela, que se droga legalmente como para tumbar un caballo, no soporta el dolor y la angustia y me cuenta que no puede morirse sin decir lo que ha pasado… sin decirme lo que sufre, que no puede imaginarse en la tumba con los recuerdos que guarda porque podría envenenar la tierra. No es un delirio. Es tan venenoso su recuerdo que imagina impregnándolo todo figuradamente.

¡Dios!, mire, ha de ayudarme, con esto no puedo. Ella no sabe que ya lo ha hecho, que ha matado inocentes, que ha destruido la infancia de decenas de niños, que ha construido familias diabólicas con su silencio, que ha originado batallas entre hermanos para siempre porque ella ha callado, que ha vuelto locos a muchos adolescentes que practican sexo loco, que consumen sustancias que aniquilan su cerebro, que han sido ingresados en centros por violencia.

Ella, ella me cuenta que su padre, pudiente e impulsivo, hacía lo que le venía en gana, desaparecía durante días de juerga en juerga, frecuentaba prostitutas, se jugaba a su mujer con la que se acostaba al volver en presencia de sus hijas y que temían por la muerte de ella en las manos poderosas de él; que sus borracheras le daban alas y palos que acababan en cualquier parte de sus cuerpos; que tuvo 11 hijos de los que solo vivieron cinco porque a los que no le gustaban les doblaba las piernas y los enterraba en una caja de zapatos; que se acostaba con niñas en su casa -no sólo con las niñas de su casa- que tenía una habitación para los hechos, con otras, con niñas del pueblo.

Ella me cuenta que tiene dos hijos y que uno de ellos es juez, que seguro le conozco porque es increíble, famoso, que le va a decir que ha estado aquí conmigo.

Inquieto, con el corazón acelerado no me atrevo a preguntar y casi sin voz digo: ¿quién es su hijo?

– Jorge Paz, seguro que le conoce

Se me fue el color del rostro, enmudecí.

Escuché su voz en off, su presencia tras una sombra se confundía. Como a cámara lenta moví mis manos, como en una escena de mimo coloqué en un lado, por orden, el repertorio de mis pensamientos brotados a golpe, aglutinados; lo que sentía en otro.

¿Él?. Él es uno de los personajes de mis preocupaciones. Él es uno de esos que te hacen perder la fe en la justicia. El devuelve con sus sentencias ásperas y escuetas a los niños violentados con sus agresores. Él es quien se niega a escucharlos alegando la presencia de informes en su contra, en contra de las madres en rehabilitación que comienzan a proteger su dignidad y esperanza; él es quien obvia las pruebas de tratamientos e investigaciones del desarrollo que reconocen los traumas de la infancia…es él. Él es a quien los niños interpelan imaginariamente en mi despacho preguntándole: ¿Por qué tú no nos crees? ¿Por qué nos obligas a volver con él aunque me haga pis encima del miedo que tengo? ¿Por qué nos amenazas con dejarnos sin mamá?

Entiendo su silencio porque a mí también me dejó callado. Déjeme pensar. Ah, ya. Ya entiendo, ahora entiendo. No era posible de otro modo. No hay razón que comprenda la inexistente comprensión, la injusticia de su justicia, lo desafectado de sus condenas. El juez es el hombre, el heredero de la culpa, cómplice de su abuelo, de la desgracia y el dolor, es el mismo que tiene un hueco negro repleto del secreto familiar como bomba de Hiroshima con su reacción en cadena sostenida del silencio de los recuerdos de su madre, de las memorias de sus tías, de la ciega negación de su abuela, de las niñas abusadas, de los niños muertos.

“Lo indecible en primera generación se transforma en un innombrable en la segunda y en un impensable en la tercera”

* A. Werba (*http://www.apdeba.org/wp-content/uploads/werba.pdf)

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS