Cuando regrese
Cuando vuelva de pasear
como un niño entre las nubes
quiero que seas vos
la que me espere.
No quiero grandes bienvenidas,
ni inmensas demostraciones de amor,
solo quisiera
que me esperaras con un beso,
solo un beso,
y una sonrisa.
Quisiera que me enjugaras las lágrimas
con un dedo suave
y me sacudieras el polvo
de alguna eventual caída,
que me acicalaras con amor maternal
y me peinaras el pelo rebelde.
Nadie nunca nos dijo.
Nadie nos explicó la vida,
nunca nos dijeron de qué se trataba.
Nadie jamás se tomó el trabajo
de decirnos que no existen
el blanco absoluto ni el negro impoluto
sino un millón de tonos de gris.
Nadie nos dijo que crecer era una trampa,
que los veranos y atardeceres van perdiendo brillo,
que las sombras del ocaso se alargan con los años.
Nadie nos dijo que cambiar no era ser más felices sino
estar más acostumbrados a no serlo,
endurecer la piel, entender
que el mundo no es un lugar bonito.
Nadie nos dijo que crecer es volverse una sombra
de lo que se fue un día
-quizás no lo sabían, quizás,
tenían miedo de admitirlo.
Te fuiste, cambiaste.
Nunca hicimos las cosas que dijimos que íbamos a ser.
No fuimos abogados, nunca lo quisimos.
Solo nos gustaba la casa, y el auto, y la plata infinita,
de ese juez que vivía en el barrio.
No extrañas esos días?
Cuando todo parecía a punto de romperse,
cuando el mundo era tan seguro, tan vasto,
inamovible,
apenas un ruido que nos llegaba desde lejos.
No extrañas esos días eternos,
esas pelotas de fútbol siempre pinchadas,
el verano en cada tarde, la luz en cada mirada?
Me fui, cambié,
la vida nos pasó por arriba.
Nos cortamos el pelo, sentimos que hacía falta
fingir entre nosotros.
Nos olvidamos de lo que era reír,
perdimos esa mirada sin sombras
ni espejos.
En cierto momento olvidamos,
como se hacía para volar.
Cuando vuelva de errar,
como un pájaro entre las nubes,
cansado de equivocar eternamente
ese sendero impreciso
que me lleva hasta tu puerta,
ojala seas vos la que me espere
para arreglarme el engranaje del corazón
y dibujarme otra sonrisa.
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Cultura selfie
No confío en la gente que se saca selfies.
No me cae bien la gente que está excesivamente enamorada de sí misma.
Soy de esa generación a la que Instagram le parece exclusivo, y caro,
aunque sea gratis
Soy de esa generación condenada a ver
fotos perfectas
con filtros perfectos,
donde aparece gente perfecta (y hermosa, y photoshopeada),
con vidas perfectas
y falsas.
No me parece natural eso de auto sacarse una foto, solo,
sin nadie más,
para mostrarle al mundo esas caras que no nos pertenecen,
que no elegimos.
No confío en la gente hermosa,
con los egos inflados de likes
y sus publicaciones llenas de comentarios.
Desconfío de la gente que tiene más seguidores que gente a la que sigue.
Ya no creo en la falsa modestia,
los comentarios cruzados de “diosa” o “bomba” entre las mujeres.
Me enferman los celos de pareja por lo que se hace en las redes sociales.
Detesto las historias de gente participando en sorteos.
Mataría al que inventó esa medida de likes que alguien pone cuando está interesado románticamente.
Odio las fotos de perfil sexies y desinteresadas,
las fotos fingidamente casuales con ángulos forzadísimos,
las poses sugestivas y las muecas de la boca.
Odio la cultura selfie,
esa que finge ser individualista
pero se muere por mostrarse.
Odio el egocentrismo de mi generación,
y el de las generaciones que vendrán.
Me hice un Instagram hace un año.
Era el único de mis amigos que no tenía uno.
He subido tres historias y tres fotos.
Me odio.
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Manual de instrucciones para morir
¿Querés ser una persona de bien?
La cosa es simple.
El bien y el mal no existen.
Lo que queda, lo que importa,
es esa pequeña, minúscula decisión
que te toca tomar
todo el tiempo.
Desperta todas las mañanas,
respira la luz del sol,
mira cada cosa
con ese amor que los niños llevan
en la luz de los ojos,
ama la caricia del viento en la cara
como si fuera lo único que importa,
camina siempre mirando al cielo,
sonreí por todo,
vota siempre por el menos hijo de puta,
mori por los colores River Plate,
defende siempre a los que no pueden hacerlo,
ama con la sed de los que viven,
vivi con el urgencia de los que mueren,
tomate todo en broma (en especial a vos mismo),
olvídate de los dolores,
acordate de tu infancia,
sentí la vida en tus venas,
en el acorde de cada guitarra.
Ser una buena persona es fácil,
solo se trata de acordarse cada tanto
y corregir el rumbo.
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Confesiones de un post-Beatles
¿Nunca has tenido la duda,
apenas el mínimo remordimiento,
la idea fugaz,
culpable,
de que quizás los Beatles no son
tan grandes como todos creen?
Alguien,
quizás, respetable,
en algún momento sentenció,
obnubilado por la novedad
y los discos de platino,
la cifra de la sobrevaloración.
Con el tiempo empezó a crecer,
esa idea, concepto inamovible,
ese fascismo incipiente.
Los cobardes adhirieron
cegados por su sed imposible
de no quedarse afuera.
Nadie supo contradecir
ese mantra inamovible,
esa verdad que nos rebalsó.
Así empezó todo,
así empezaron a coartarnos la libertad
en ese lugar, ese misterio,
al que íbamos para ser libres.
Si no te gustan los Beatles no existis.
Si no leíste a Joyce, a Proust, a Dante
(y tantos otros escritores
crípticos
que tantos
fingen haber leído),
no sos nadie.
Si no te gusta Fellini no podes hablar.
En algún momento alguien sentenció
las cosas que tenían que gustarnos,
esos papiros que teníamos que tener,
los libros que ir tachando de una lista.
No los conozco,
no me importan
sus ideas de arte
y de cultura,
ese impulso suyo
de imponerme sus clásicos,
sus biblias hipster.
Aunque suene transgresor
tengo que decirlo:
los primeros Beatles son una mierda.
Nunca me podría gustar una banda
que le gusta a mi mamá,
es básico.
Los Beatles después de Revolver son una banda del montón,
Sgt. Pepper es una mierda,
la psicodelia recién tuvo sentido
con Tame Impala y MGMT.
Vengan de a uno.
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