¡Tan larga la vida!

¡Tan larga la vida!

j. m. ramallo

14/08/2018

El sinsentido de la vida,

el hazmerreír de lo cotidiano,

el comitrágico de la vulgaridad,

el (des)consuelo de los nuevos – buenos – días.

Si acaso el quitarse la vida

no fuese un pecado,

no fuese una tragedia familiar,

no fuese una cobardía moral,

no fuese una injusticia social,

no fuese un despecho para el asesino,

no fuese, no fuese, no fuese.

Entonces uno podría dejar de sufrir,

como lo hacía Alejandra,

y podría dejar de suplicar,

como lo hacía Alejandra,

¡Tanta vida, Señor!

¿Para qué tanta vida?

El poco deseo por vivir

(¿Por qué tiemblas y lloras, palabra?)

y el sobredeseo por escapar

abdican a una analfabetizada concurrencia

de oraciones que se acuestan sobre mí

y mi recuerdo.

La catástrofe es esta realidad:

aún quedan muchos años por vivir.

Yocasta, la más vulgar de las madres,

la más efectiva en toma de decisiones,

la mejor de las amantes clandestinas,

la menor de las acongojadas

cuando un cuerpo deja de respirar.

Yocasta, la palabra muere porque

me quitan la niebla.

Yocasta, el velo ha caído.

Veo la vida y veo al mundo, Yocasta.

¡Pero no quiero verlo, Madre Yocasta!

¡No quiero verlo!

Quita esta visión de mí e inventa

una nueva canción para dormir.

¡Quiero la muerte, no quiero la vida,

quiero la muerte!

Un pájaro deja de volar

y se apodera de mi tormento.

¡Cómo deseo sus alas

sin esta jaula

que es mi diario vivir!

Mis palabras son un pájaro

que canta en la ventana

y luego echa a volar.

¡Cómo deseo tener su música

y su felicidad!

Pero no puedo ser pájaro

porque mis espaldas

vierten sangre caliente,

de amedrentamientos ajenos

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