Otra vez hoy vi junto a mí, al despertar,
dos grandes gotas de miel
mirándome sin parpadear.
Y quise, deseé,
que nunca conocieran la amargura,
esos dos ojos de miel.
No anhelo tomarlos ni hacerlos míos,
sólo rozarlos con mi atisbar.
Temo gastarlos si los acecho,
y devaluarlos si los aprendo.
A veces bajo la voz cuando les hablo
por si se embeben porque imprudente pronuncie algo.
Cuando amanece ellos se giran mirando al día de oro su ojo
y el amarillo llena la estancia, ¡y yo me turbo, y me sonrojo!
Sin tener manos juegan a corro miel, sol y tierra,
casi es de noche y “adiós” se dicen junto a la sierra.
A ella guiña, fautor el sol, desde el horizonte
y ahí es cuando cuenta me doy
de que en su vida tan sólo soy…
un polizonte.
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