PATERA NADOR ALMERIA

Si abres la ventana aún puedes sentir el dulzor del verano.

Seguramente esos cincuenta cuerpos hermosos sobre el agua

también lo han sentido.

No saben aún que se suspenden sobre otros,

sobre la última bocanada de otros que no consiguieron hacerse un hueco en la

primera página de los diarios.

Ni siquiera sabrán que hubo otros.

Si todavía tienes ganas de seguir hurgando,

más allá del alfeizar de tu ventana,

podrás impregnarte de un cierto olor a jazmín,

a dama de noche, a menta húmeda.

Quizás los rostros inmóviles tostados por el sol del Mediterráneo

hayan también abierto sus poros a ese perfume, antes de morir.

En realidad, si hubieran sabido que hoy es viernes,

tal vez no hubieran emprendido un viaje inútil hacia la nada del mar azul.

O si hubieran sabido que aún no es otoño pero tampoco verano,

se hubieran dejado morir en el lugar en el que nacieron

sin aventurarse a hacerlo en un falso océano.

Pero lo han hecho

y tú has dejado caer una vez más la persiana

para que no entre el calor de la ciudad.

Tal vez tu persiana no tiene la culpa de que cincuenta hermosos cuerpos no consigan respirar,

Pero la has cerrado.

ÚTERO

Se llama Paula. Tiene unos ojos, una boca, unos dedos

que intentan asir la luz.

Requiebra a veces, otras se mece

en la línea azul de tu contorno.

Busca tu amparo pero se atraganta de ser

y no halla hueco en donde hacerse e inventarse.

Creo que tiene tu hilo y mi hilo unido a la quinta costilla

y eso le duele porque no sabe que unir descosidos anteriores

la harán vainica o quizás dobladillo arrancado de sus sueños.

Se llama Paula. Y paulea en tus tobillos,

se agarra a tu cintura, cimbrea en tu pecho

mientras huele la vida y te reclama

como yo te reclamé, como te reclaman todos,

como aquel poema que un día te horneé

cuando los veranos eran veranos y los otoños

se esperaban a sí mismos.

Como mi vientre.

Mi vientre pauleado a través tuya.

Y no sé,

aunque quizás no lo he intentado,

volar en ti, volar en ella,

revolar en las manos que sostienen

unos ojos, una boca, unos dedos,

que metaforsean tu silueta,

mientras la nieve se posa en los cristales

y todo vuelve a ser Paula en tus tobillos,

Paula en tu espera.

LÍNEA 8

La ciudad está hoy un poco más adormecida.

Lloran los árboles, y quizás alguna flor.

Los recuerdos pasean lentamente.

Algún transeúnte se mira en el cristal de un escaparate

pero no todos.

Los escaparates no tienen espacio suficiente para tanta soledad.

Son cinco las rayas que todo el mundo pisa antes de detenerse en ellos.

Una es como una cenefa de acero que corroe el alma,

la segunda, un suspiro que llega desde el vientre hasta la tráquea,

sin pararse.

La que hace tres se columpia ante la oficina de empleo

y no puede evitar ser un temblor gris.

Cuando llega la cuarta, ya no hay nada que hacer:

una colmena de trazos ilegibles ha llamado a la puerta

y no queda nadie que observe por la mirilla.

La quinta ya no existe y el que deambula con el único fin de no pisarla,

cae en la trampa.

(Ahora las naranjas ensucian el suelo mientras los pies las esquivan)

En este momento, el que camina

sigue pensando que las rayas existen en la acera

y que será posible no pisarlas.

No sabe que es ya un ayer sobre adoquines blancos.

En una ciudad cubierta del sopor del verano.

CARRETERA DE VIZMAR A ALFÁCAR

Quizás tus pies, esos que se te sentaban tan bien

agarrados a tus ojos, de gacela o de almendra,

sintieron el dolor en el empeine mientras olían, a lo lejos, el mar.

Quizás recordaste ese salado poro amado que te subía

por el tobillo descalzo. Acaso una torre destruida,

puede que un amor no correspondido bajo la cama, o niños muertos,

una aurora, la madre, una novia entre la luna,

ese vestido verde que en el armario espera ser vestido.

O el sonido.

No quisiste que eso fuera lo último que llegara hasta tu aurícula.

Mejor dejarlo: recorrer una piel sin que sea la última antes del grito,

la sensación de no volver a tener una bocanada más para existir.

Mejor dejarlo:

aspirar a quedar incrustado en una memoria que no podrás recorrer.

Como el jinete que se oye en el tambor del llano,

como tus ojos de gacela o almendrados mirando al sur, oliendo a océano.

Como las modales, tan perniciosas.

ALSA GRANADA ALMUÑECAR

Recojo tu corazón como en un cuenco,

mientras los árboles rasguñan el cristal

y tu pie roza la pantorrilla equivocada.

En el asiento delantero, dos vidas sin mirarse, observan en la misma dirección.

No funciona la radio.

No importa mucho si lo que oyes no es lo que habías deseado.

En el trasero, el asiento que nadie quiere,

alguien gime un poco, solo lo necesario,

y luego recorre con su aliento el horizonte,

un horizonte que se amalgama con tu respiración.

Ya no hay cuenco en el que recoger tu corazón.

Se ha hecho astillas mientras acudes en socorro de los que lloran.

Mis lágrimas no te importan.

Y eso está bien.

Siempre odié las consecuencias.

IBERIA MADRID LUANDA

Mis pájaros andan un tanto inquietos.

Me he mirado en el espejo por enésima vez y he cazado una lágrima furtiva.

La soledad cae como una losa sobre mi vientre y se hace un hueco.

No soy capaz de salir al patio y oler el aire de una ciudad que se despide.

Quizás no sepa dónde está la salida.

La veo en la pantalla del ordenador, tan nítida que me hace estremecer,

busco el itinerario que lleva al embarque:

derecha, izquierda y luego todo recto.

Si pierde el vuelo, no importa.

Las condicionales no deben ser nunca una certeza.

Para eso viven, para limitar la bocanada de aire.

Mis pájaros, agitados, mueven los pinos, que ya no son pinos, y se disponen a dormir.

Busco otra vez el itinerario que lleva al embarque.

Hoy no se ha olvidado de la cartera y hay un vacío en la estantería subiendo por mi ingle.

El embarque es por la puerta 68 y recuerda a mi vientre.

AIR BERLÍN (MADRID EDIMBURGO)

Te miro a los ojos mientras mi sandalia sale corriendo por las escaleras del metro.

¡Son tan bellos mientras me observas!

Como nunca lo habías hecho antes.

Miento (siempre lo hago cuando me miro al espejo)

Me miraste así una vez, no llevo la cuenta de los años.

Los pájaros no me han cabido en la maleta

pero abren los ojos a mi miedo.

Semidescalza, rozo los peldaños.

Los peldaños llevan al vértigo de la incertidumbre de volver.

Dubitativos.

A 431

No llevas cartera,

pero ponte los zapatos que llueve.

Ir sin ellos con este tiempo es algo temerario.

Son las nueve y no son horas de ir buscando esquinas descalzo.

En realidad cuando pisas la calle e introduces la llave en el coche,

no recuerdas si la cartera quedó atrás

o si el verbo llover es el adecuado.

Solo son las nueve y punto:

el sol se descalza ante la noche.

Una gota te cae sobre el flequillo.

El consumo medio es seis con sesenta litros a los cien.

Quizás un poco más si le das fuerte y no miras los semáforos.

Alguien te pasa con mucha prisa,

y no es la tuya.

La tuya ha sido siempre medir los instantes al milímetro y enunciar.

PASILLOS

Algunos días amanece y no te encuentro.

Busco los pliegues de tu espalda como entonces

y el frío se apodera de mi zapatilla izquierda

(la derecha yace anclada en un espacio que no es suyo)

Algunos días.

Otros, tan solo palpo el aire y reconozco el contorno

y respiro porque mis sueños se han unido a la almohada,

esos sueños que andurrean por los rayos de luna que acompañan mi boca.

Algunos ocasos ni te busco entre las sombras,

pero luego,

cuando solo quedamos mi piel y yo en el espejo,

mi vientre se retuerce,

oquedad de quicios sin nadie que los pueda acariciar.

Y predigo.

Y lloro.

Esto, me digo, debe ser el recorrido de una piel sobre la tuya.

Esto, te dices, es solo que tienes miedo y no sabes por qué.

ÚLTIMO TRAYECTO

No debería ser difícil ir de un antes a un después.

Debería ser fácil, como hacer puenting

subir al Everest o conquistar una medalla de oro,

o nadar los cien metros cuando no sabes nadar.

Las temporales son un tanto princesas de cuento,

indolentes en su torre con trenzas enredadas en deseos ajenos.

Hoy, ahora, en este momento, sin mañana que te cubra los hombros.

En los trayectos, siempre existen los recesos.

Un café, un bocadillo, un estirar los músculos ante un paisaje

un mirar atrás mientras lo que deseas es seguir viajando,

recorrer metros desconocidos que te hagan abrir los ojos,

y te permitan no sentir miedo por la noche.

Ser feliz.

Simultáneo.

Eternamente simultáneo.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS