La negra cabellera posaba grave sobre la blanca bata. Había transitado nocturnos pasillos acompañada de quienes no dejan verse a simple vista.

Uno de ellos la miraba fijamente a los grises ojos, taciturnos, helados por una soledad inconmensurable. La tomó con su mano izquierda, por cierto lívida; pesadamente seca. La acompañó hasta el pasillo lateral, el que jamás quizo cruzar a medianoche. Juntos traspasaron un umbral halógeno; al volver a su recinto, el mismo que monótonamente la resguardaba por las noches de insomnio, alguien mas había invadido su doblegada mente.

Al otro día, dos hombres de blanco la encontraron recostada sobre su cama. Yacía rígida, graciosamente en una ridícula posición fetal.

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