La luz se enciende y una risueña muchacha anuncia el nuevo día. Retorna a la fea realidad, a mirar a los otros, cuerpos retorcidos agarrados a la vida, como viejos árboles de incomprensibles raíces, hacinados en salones, anclados a las tristes sillas de la espera. ¡Qué raro, todos conocen mi nombre y no sé quiénes son!. Alguien dice que enseguida vendrá la hija, como cada día. Ella piensa que, probablemente, se confundan, porque ella no tiene hijas, todavía….

Ya en la sala, tras el desayuno, una amable desconocida se dirige a ella cariñosamente, la recoge y empuja su silla. Algunos la conocen, ella no. No importa, parece agradable y vale la pena salir de allí. Calla, balbucea palabras inconexas, soporta estoicamente a esta simpática extraña y deja pasar las horas. A pesar del afecto que percibe, no recuerda conocerla.

Los días son largos, no sabe que espera esa visita diaria. El trato de las cuidadoras realmente es magnífico. Todos la quieren. Su carácter risueño, que a pesar de la enfermedad conserva, hace que Amparo sea especial en la residencia. Una y otra vez refieren anécdotas surgidas con ella, su sentido del humor que tanta gracia les hace. Alguien, interesándose por su salud, pronuncia en tono interrogativo un exótico nombre, parece alemán, de algo como una enfermedad. Por fortuna, en cuanto acaba la conversación y prosigue su marcha, ella, como casi todo, lo olvida.

Los pasos resuenan en el corredor. La 516 tiene la puerta abierta. El ruido la despierta y en su cabeza se suceden imágenes, puente de ventas, calle bravo murillo, calle áncora, glorieta de atocha …. ¡Qué será esto!, parece un colegio. La hija entra en la habitación y la saluda afectuosamente. No entiende que es todo aquello. Las camas blancas, salones con otras personas esperando, comedores llenos de enfermos que no alcanzan a coger la cuchara….. Debía ser un sueño ¿Dónde estarían los suyos?. ¿Qué hacía allí?. ¿Dónde estaba su madre?….. De todas formas, esta desconocida parece simpática. Se iría con ella, igual la acompaña a su casa.

Sólo está el ahora, la nada, una vez más lo de siempre, salir de la habitación, pasear, beber un zumo en la cafetería….., a la misma hora. Ella entonces decide callar. ¿Qué sucede en su cabeza?. Parece que la desconocida la quiere, que la conoce de antes, pero no recuerda conocerla. Sólo le quedan los sueños, la realidad a su alrededor no parece muy gratificante, y ella, algunas veces, prefiere dormirse.

Su presente no es lo que recuerda, en su mente siempre llama a su hermana, Teresa, unos años mayor, a la que adora. Son dos hijas, en una familia humilde. Desde muy jóvenes, ambas han trabajado, una en la limpieza y la otra en un colegio de niñas internas, como cuidadora. Teresa se casaría pronto, le pediría un vestido a Clarita, su amiga, para la boda. Faltaban pocos días y tendría que probárselo, porque Clarita era un poco más delgada. Aunque no habría celebración, merendarían juntos en el patio. Ella no se casaría nunca, seguiría viviendo con su madre. Ya era tarde, no llegaban, probablemente se habrían entretenido en el mercado de Las Ventas. Se dormiría y cuando llegaran la despertarían, seguramente contándole alguna divertida anécdota.

Otro día nuevo. La encantadora desconocida la sonríe, tenía un poco de prisa, había quedado con Clarita en ir a su casa a probarse el vestido, pero no se resiste y decide salir del salón con ella. Iría más tarde, la casa no estaba lejos y podría volver antes que anocheciera. Sus piernas no respondían y la extraña sabía muy bien como empujar la silla, sin que ello perturbara su estado. Era una niña, pronto podría levantarse y correr para hacer los recados, a la lechería de la Juana, a por garbanzos a la tienda del señor Tomás…

Su madre y su hermana no estaban. ¿Dónde estarían?. Pudiera ser que hubieran ido al pueblo, a ver a la tía Enriqueta que, algo mayor que su madre, estaría enferma. Les preguntará cuando vuelvan. No sabía porqué no le decían las cosas, ella les contaba todo, incluso que había conocido a ese chico tan guapo, Prudencio, en un baile, la pasada semana….

De todas formas, las muchachas de azul son encantadoras y se nota que la quieren. Ella, sin que nadie sepa porqué, siempre les regala una sonrisa, y sus ojos color miel, moteados de pequeños puntos marrones, se iluminan de una manera especial

Una tarde más, la encantadora desconocida la besa en la frente. Sus palabras de cariño denotan un amor incondicional, que ella no entiende. Tampoco le preocupa demasiado, lo único que hace es dejarse querer. Una sensación de tranquilidad y felicidad cuando está con ella invade su ser. Su padre estaría en la taberna, como casi siempre. Su madre mandaría a su hermana, por ser la mayor, a buscarle cuando se hiciera de noche. Ella sufría por ello, pero el ser la menor, en este caso, tenía ventaja. Le veía poco, pero sentía que le quería.

Mariana, un día más, llega a trabajar antes de la hora. Nunca hubiera imaginado que su trabajo con los ancianos le llegara a gustar tanto. Todos los residentes de la planta quinta, en su mayoría mujeres, tenían alguna enfermedad mental, los más alzheimer y otras demencias, los menos otras extrañas tipologías. Había pedido trabajar en esa planta después de conocer a Amparito, como todos la llamaban, y a otras como ella. Se notaba que había sido una buena mujer, encantadora, de excelente carácter y, sobre todo, simpática. Mientras la aseaba y vestía, Amparito solía decir algo que, muchas veces, no se entendía, pero que siempre hacía sonreír. Su marido había fallecido unos años atrás, pero ella, afortunadamente al no recordarle, no se había enterado, al igual que de su avanzada edad y su deteriorado estado.

Aunque te hayas olvidado de nosotros, siempre estaremos contigo para hablarte, para acompañarte, para cuidarte, para quererte, como tú lo hiciste ya hace muchos años.

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