El viento la llamaba Ana, pero esa no era ella. Ella no era, si hablamos de ser. Sólo estaba por la vida de paso, nunca para quedarse.
Una chica de labiales rojos, descosidos internos y demasiados secretos. Así se veía ella cuando miraba su reflejo en el espejo. No existió un solo día en el que se viera de verdad. Le resultaba placentero pasar desapercibida entre la gente, talleres y soledad.
La vida podría haber sido más fácil siendo Ana, pero ella no había nacido para hacerle caso al viento…
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