Las uñas, las uñas, esas uñas largas de hombre con restos de tinta de azul solo podían ser de Serafín, nuestro compañero del taller de escritura. Hacía semanas que no pisaba nuestras reuniones de los martes, pero aún así ninguno sospechábamos que le hubiese podido ocurrir tal atrocidad. Ese día tocaba traer a clase objetos que nos identificasen, pero claro nuestra profesora no había previsto que uno de nosotros desenvolvería una mano disecada como reflejo de su afán por coleccionar talentos.

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