Lo primero que vi de la criatura fueron sus veintisiete apéndices extendidos a la salida del túnel que ella misma había excavado.
– Dale voz – dijo Antón.
Si, podría ser.
– O mejor, mátala – dijo J. David.
Soy capaz, sólo son palabras…
– Me importa un bledo! Así es – soltó Kurt.
¿Sólo palabras? No es más (falta la coma).
Cuatrocientos noventa y siete caracteres con los espacios.
Virginia y Roberto también estaban.
Y el profesor habló, no tengas miedo, haz lo que quieras.
Por fin eres libre.
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