Suelo concentrarme. El ambiente invita, nos hace voz y, a veces, grito. El sol que enciende la ventana, el aroma del cafecito y la música que nos envuelve en una burbuja de cristal, que al menor roce se quiebra. Al verlo entrar, supe que eso iba a pasar. Algo en su actitud, en su andar prepotente… ya no pude concentrarme. Miré la pared blanca, tan nada como mi lapicera inmóvil. En un gesto imprevisible acaricié su pelaje amarillo, en el centro exacto de esa burbuja ya diluida en la penumbra.

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