La imponente mesura,
que lo hastiaba,
camina plácidamente
por el sabor truncado.
Una cornisa
desde la que poder contemplar
la concavidad del hoyo
sin que las miradas complacientes
empiecen a difamar.
Y el alma opaca abandona
su cuerpo sin vida
como un suspiro escapa
por la rendija vecina.
El humor desafinado
que desprende un insípido entrante,
que levita y muestra un falso augurio.
Que un sollozo prenda la paja
de una promesa que se paga con insania.
La fugaz sonrisa, que ansía levedad,
despierta las canas rojizas
de una distante primavera
empapada en colores.
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