Ana traspasa mis sueños y desembrolla las ideas que acumulo, arracimadas, desde que no soy capaz de escribir. Cada día encuentro un relato sobre la cama. El primor con el que imita mi letra, conmueve. Ella lo niega, pero sus ojeras la delatan. Me hace creer que está cansada porque no la dejo dormir. Incluso finge exasperarse y maldice la hora en que fui al taller de escritura. Que me convirtieran en un odioso perfeccionista, pase; volverme sonámbulo, proclama, es para denunciarles. Adoro a Ana.
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