Cada viernes en la tarde los veo entrar a todos con la misma sonrisa y la misma rutina. Cada uno se sienta a la espera de que sea su turno. Carraspean, se aclaran la voz, tiñen sus mejillas, y lo sueltan. Un viaje, una espera, un desaliento, un conflicto, un nacimiento, un entierro, una lucha, una traición, una mirada, un te amo, un suspiro, un te odio, un sueño, dos martinis, una…
–Sí señor, ya terminé… con su permiso.
Siempre lo mismo. Nunca hay espacio en esos mundos para el de la escoba.
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