Ordenó las ideas de acuerdo al tema propuesto. Pero la trama decidió rebelarse. Invadiendo la historia, animó a los personajes secundarios a soñar con un protagonismo que no les correspondía y, creando nuevos argumentos, cambió el esquema, turbando la obra.
Lo borró y, al volver a escribir, la malla tejida por aquel complot de palabras con vida propia, apareció de nuevo.
Resignado se dejó llevar. Tecleando mecánicamente, llegó al final.
Esas voces, dictando su voluntad, habían ganado. Otra vez.
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