Dicen que la suerte está echada. Si es así… ¿Quién da las cartas?… ¿Quién es el hacedor de nuestro destino?
Acomodó su cuerpo en la dura butaca, tiró la cabeza hacía atrás, miró por un momento el cielo, busco algo que no encontró. Lo malo había comenzado… y no hizo mucho esfuerzo en recordar, era fácil encontrar en sus recuerdos el momento exacto en que todo había cambiado. – ¡Qué rápido cambia todo!-
Y se escuchó el eco de su voz.
Cerró sus ojos y suspiró.
Cuando llegó a casa Analía, su hermana pequeña no dejaba
de llorar fue cuando sintió que su corazón se estrujaba dentro de él, y se le hizo un nudo en la garganta y las ganas de llorar (sin saber bien por qué) no tardaron en llegar. Entró a la habitación de su madre en cuento la vio corrió hacía ella, no había porque preocuparse estaba bien. Buscó a su padre en la casa. No estaba. Jamás volvió ¡Forma estúpida de quedarse con las manos vacías!
Abrió los ojos y pateo al aire, como queriendo arrancarse la rabia que había sentido dentro.
-¡CARAJO!- Nadie escuchó su desahogo.
Suspiró, mordió sus labios y nuevamente se recostó. Su hermano, su hermana y él
durmieron junto a su madre, esa noche y muchas más. Parecía que de ese modo el
mundo aún estaba en paz y era más pequeño, más controlable. Aunque la muerte de
su padre no fue lo único malo que les sucedió, parecía cierto el dicho ese que
había escuchado tantas veces “vienen todas juntas y lo que no te mata te hace
más fuerte” a ellos no los mató así que suponía que los había hecho más
fuertes. Las deudas se acumularon y aunque pidieron ayuda, recibieron poco o ninguna. Su madre no lloraba, él lo sabía muy bien, la observaba desde lejos, quería ser el primero en abrazarla cuando lo hiciera, pero no lo hizo, y él no la abrazó. En lugar de eso consiguió un trabajo. No era la gran cosa, quién le daría algo
importante a un muchacho de dieciséis años. Su hermano tuvo mejor suerte, tal
vez porque era mayor y más inteligente. Andrés consiguió un trabajo como
practicante en un estudio contable. Y su jefe lo ayudó a terminar sus estudios.
¡Suertudo! “suertudo” y él ayudaron a su madre con las cuentas.
Pero el odio no desaparecía odiaba al borracho que había asesinado a su padre y odiaba a su padre por no haber sobrevivido.
La bocina de un coche lo sacó de su trance, levantó la vista, y se sorprendió al notar que en frente de él tenía el sosiego del río. Lo asombro descubrir hacía donde lo habían llevado sus pasos, su padre solía llevarlos allí. Suspiró.
Miró su reloj y muy lentamente se levantó del asiento, estiró un poco los brazos como arrancándose la pereza, acomodó su saco y comenzó a caminar.
Andrés tuvo suerte. Pero descubrió que su hermano además de ser inteligente también se había convertido en un buen tipo. Ascendió en su trabajo, se hizo de un nombre, se convirtió en alguien respetable y querido, sobre todo para su familia. Pero después de todo o a pesar de todo, a él no le había ido tan mal tampoco. Supo que podía escapar de su realidad a través de la escritura. Podía inventar historias… no… (Y mordió su labio inferior para corregir su pensamiento) él creaba… así era, creaba. Y sonrió satisfecho con su aclaración.
“Suertudo” se casó. ¡Cuánto tiempo sin hacer una fiesta! Su madre estaba hermosa, feliz y radiante. Y por fin lloró. –Extraño a su padre. ¡Estaría tan feliz éste día!- así que él la abrazó.
Se dio cuenta que el extraño mundo en el que había despertado al morir su padre, le había dado las armas para ser quien era. Su hermano que solo había sido hasta ese momento un buen estudiante, se convirtió en un hombre responsable y guardián de
su familia. Vio a su verdadera madre, mujer fuerte, para nada frívola o egoísta
que resistió el llanto por la pérdida de su esposo hasta que sus hijos fueron
lo suficientemente fuertes como para poder consolarla.
Entró al edificio casi corriendo, subió por las escaleras hasta que llegó frente a un ascensor, entró toco un botón y se quedó mirando el techo.
Más de una noche, había pensado en los millones de personas que hay en el planeta, y en cómo viven. Como la vida parece repetirse día a día, hasta que algo la saca de su eje. El ascensor se detuvo, salió de él, caminó por el pasillo. Puertas de un lado y del otro, se paró frente a una con el número seis en ella y dos globos de color rosa atados con un moñito del mismo tono.
-Te estaba esperando- Al acercarse a la mujer que estaba
en cama, la beso en la boca, acarició su cabello suave y desenredado. Aceró una silla y se sentó lo suficientemente cerca como para tomarla la mano. Enseguida entró una enfermera, llevaba un pequeño bebe en sus brazos. – ¡Acá les traigo a su
gordita!- Dijo susurrando y sonriendo. – ¡Se la vamos a entregar al papi! –Y se agachaba para ponerla en los brazos del padre, mientras la madre intentaba sentarse mejor en la cama. – No tenga miedo, no pasa nada. – Y entonces… tenía a su hija en sus brazos. Levantó la cabeza y vio a su amor, a su compañera a la amiga que la vida le había regalado. Y el odio y la rabia que había sentido se convirtieron en añoranza. Se acomodó en la silla, mirándola, contando cinco dedos en cada mano y
viendo su nariz perfecta y su boca chiquita, revisó sus orejas y también
estaban bien. Después de todo, aún no sabía quién daba las cartas, quien era el
hacedor de su suerte. De lo que sí estaba seguro, es que no podría haberse convertido en el padre de esa niña si no fuera por la familia que le habia sido dada.
Marisol
OPINIONES Y COMENTARIOS