Una noche más, frente al cursor, que a cada titileo en el monitor clavaba una nueva daga en su ego. El documento, en blanco, impoluto (como su mente). Aquel suspenso temprano en literatura (motor de su carrera), brotó en su memoria como una mala hierba, y un escalofrío le recorrió el espinazo. Los bestseller que antaño publicó lo juzgaban con sorna desde su estantería.

Y mientras el primer rayo de luz lo abofeteaba, pensó «necesito otra crisis existencial para acabar con esta crisis artística»

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