Me toca salir a la pizarra. Contar con un dibujo mi novela de principio a fin. Cojo dos rotuladores y trazo una línea en azul y otra en verde. Hablo de la memoria y del olvido, de realidad y fantasía. Me sudan las manos y me hago un lío. Él me mira desde el fondo de la sala, canoso, por encima de unas gafas que apoyan levemente en su nariz. Escribe en su tableta y me sonríe. Aparto la mirada y sigo como puedo. Todavía no sé que estoy coqueteando, con la literatura y con el lector.

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