Éramos ya muy pocas. Algo pálidas, no tan delgadas, pero de fina estirpe.

Las que no lo lograron, arrugadas por el desencanto y la rabia; el resto, anhelantes de una hoguera o un laurel. Así es el camino hacia la gloria; sin llanto y sin parar. Siempre entre penumbras, volutas y el alba.

Es mi turno. Soy la última, eso escuché. Siento el primer golpe, duele, el segundo, menos, el último, no tanto. Gira el rodillo, siento el jalón, caigo encima de mis hermanas apiladas… En mi pecho dice FIN

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