Nuestras tardes juntos eran inolvidables, con la mejor sala de juegos jamás antes vista, qué importaban los juguetes, cuando la magia era tenerte a tí.
Felizmente perdida entre ese mundo madera, no había nada igual; entre montones de lijas y un viejo cerrucho todo era posible.
Rodeados de martillos que para mí eran imposibles de levantar, solo mi caballero de flamante mandil tenía la fuerza suficiente para hacerlo.
Huía de la aterradora bestia en la mesa, una sierra capaz de cortar todo a su paso, pero él no le temía, se enfrentaba día a día a ella y conseguía incluso que trabajara para él.
Mi abuelo tenía magia en sus manos, en nuestro taller un viejo roble se transformaba en una confortable cama. Entre tablas de madera y montones de aserrín, forjó las risas más sinceras de todo mi existir.
Ahora que no estás no puedo asegurarte que me depare el destino, solo hay 2 cosas de las que estoy segura:
Que jamás dejaré de amarte, ni amar el evocador olor a aserrín…
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