Colocó cada mueble, cada portarretrato, cada flor en el lugar correcto; y la casa, como una página extendida, quedó grande cuando se fue.
Hay que reconocer que lo hizo con mística; salió con sus bolsos por la puerta de atrás porque daba al sol. Me dejó por un buen hombre; su instructor de reiki. Él la había llevado de viaje a China, Bangladesh, Brasil, a seguir con su aprendizaje sobre el arte embrionario de la cosmogonía oriental, la concordia del individuo con su entorno, decía que sólo somos energía.
Yo debí haber ido a alguno de los congresos en los que participó.
No supe acompañarla. Todo estaba en su lugar.
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