I. EL SUCESO
5 de diciembre de 2013.
El mundo recibió la noticia de que Nelson Mandela había muerto.
Tenía 95 años y una vida marcada por la lucha, la cárcel, el perdón, la dignidad y el milagro improbable: transformar su herida en puente.
Mandela conoció lo peor del ser humano:
el odio como sistema, la injusticia como ley, la violencia como rutina.
Pero también encarnó lo mejor:
la capacidad de renacer sin rencor,
de mirar de frente al verdugo
y elegir no devolver el golpe.
Ese día, el planeta se detuvo.
Y el tiempo también.
Porque uno de sus hijos más tercos, más firmes y más luminosos, había cumplido su misión.
II. LA METÁFORA DEL TIEMPO
El tiempo no se mide en relojes, sino en heridas que sanan.
Mandela convirtió 27 años de cárcel
en una escuela de paciencia,
en un taller de humanidad,
en un pacto silencioso con la historia.
Mientras el mundo quemaba segundos con rabia,
Mandela los sembraba.
Mientras otros exigían venganza,
él contaba los minutos para el perdón.
El tiempo no lo derrotó:
lo purificó.
III. LA REFLEXIÓN
Un pueblo no se libera cuando cae un muro,
sino cuando cae el odio.
Mandela demostró que la grandeza humana
no nace del poder,
sino de la capacidad de mirar atrás sin querer destruir.
En un mundo que confunde justicia con furia,
Mandela recordó que el perdón no es olvido:
es valentía.
Y que el tiempo, tarde o temprano,
pone a cada quien donde pertenece:
a los tiranos en los libros,
y a los justos en la memoria.
IV. CUANDO EL TIEMPO HABLA
“Hijo mío, dijiste ‘estoy preparado para morir’,
pero el mundo descubrió que estabas preparado
para enseñarle a vivir.”
“La historia no recuerda cárceles,
recuerda quienes las transforman en caminos.”
“Tu segundo más importante
no fue el de tu liberación,
sino el de tu perdón.”
V. CIERRE
El 5 de diciembre no murió un hombre.
Se consagró una lección:
la libertad empieza donde termina el miedo.
Y el tiempo, ese juez que nunca olvida,
todavía repite su nombre
cada vez que alguien abre una puerta
en vez de cerrarla.
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