María de los Milagros

María de los Milagros

Juan Gomez

01/12/2025

Esa forma de partir que tiene el tiempo, de dislocarse en caras, en lugares, en momentos, de diluirse en baratijas de alto precio – minucias de la vida, yo qué sé, un apretón, un beso, aquella medallita despintada, ¿te acordás? – acabó por convertirte en sal, en yeso. Al cabo, caminar era perder a cada paso un miembro.

Fantasma de los puentes, suburbio fuera de órbita, por fin tu eje descentrado se partió y no hubo fuerza, María de los Milagros, virgen precoz, viuda de vos misma, ni ruego, ni infusión, que logre desposarte con la suerte.

Yuxtapongamos a la errancia una fe ínfima y qué nos queda: una pasión cada vez más desganada, esa falta de histamina y la ictericia. Feo, María de los Milagros, deslucido, el baile tuyo aquel, con el sapo tuerto.

¿Y ahora? Desvirtuadas las verdades, disminuidas la pulsión, el intelecto, ¿adónde ir?, ¿rumiando qué, qué verbo?

¡María de los Milagros que no advienen, si el trompo gira loco no desentonemos! Vayamos de la mano de un enano y un bufón a ver salir el sol entre las cuatro paredes de un hospicio, consigamos un retrete de madera y orinemos dentaduras de oro y plata que la épica ya nos va quedando lejos.

Y si en un recodo de los años que subsisten se nos da por preguntar qué significa todo esto; si una luz, una emoción, una piedad, un sueño, asoman, ¡asesinémoslo! Yo llevo, oculta y presta, por si me asaltara un reblandecimiento, una garra adscripta al pecho. Aquí, ¿la ves?, en el costado izquierdo. Ahoga un poco a veces, pero no duele. Ya no. Tendrás la tuya, también. Paciencia, ya llegará tu tiempo. Y la usarás, seguro. No otra cosa nos queda para defendernos, que una garra de gorila adherida a la garganta o al pecho.

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