En la YPF de Chacharramendi escuchó: “Los muertos en accidentes deambulan por la ruta y aprovechando el ocaso y el cansancio de los conductores desprevenidos, se los llevan al pueblo para que lo habiten”.
Era la última parada hasta su destino: Chosmalal. Podía tomar un breve descanso, un café tal vez en 25 de Mayo, pero nunca detenerse en La Reforma, el único poblado en 200 km de camino del desierto, porque intuyó que de ese pueblo hablaban los viajantes.
Cargó combustible y salió con la desazón de un escarabajo boca arriba. En los kilómetros iniciales vio más de un torvo esqueleto de automóvil roído por la sal y el abandono con un cartel al lado que decía: se durmió y volcó. Pensó en lo curioso de un dato: el crecimiento de la población de La Reforma, al doble en la última década.
Por un instante puso la vista en su mano izquierda sobre el volante, miró el reloj y bostezó.
Eran las siete de la tarde, el sol iba cayendo.
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